domingo, 10 de diciembre de 2017

Pepe Quintana y Adrián Tournier

Los buenos fantasmas de Pepe Quintana y Adrián Tournier están presentes en la Cooperativa de Artistas Entrerrianos (CoopArtE). Están cómodos en la sintonía. Dos aulas fueron designadas con sus nombres. Para este cronista la charla con Eugenia Quintana, Japo Vela y Juan Almada, gualeyos hacedores de la Coope, fue una experiencia feliz, mediúmnica, porque entre las palabras se corporizaron los homenajeados, y con ellos conceptos tales como: amistad, solidaridad, memoria. Toda la emoción en los ojos y los silencios.
Aula Pepe Quintana. Foto Mauricio Echegaray.
Eugenia es alumna de Historia, y docente de Música. Es autodidacta; interpreta la música desde el cuerpo, y desde ese lugar enseña Folklore en la Cooperativa: “La Coope es un espacio, como dice el Japo, que está abierto a todos. Si bien me mantenía aislada del espacio donde se movía papi (Pepe), nunca dejé de estar vinculada con su gente, y el arte: empecé a bailar a los 16; el escenario te obliga a transitar el arte de otra manera, siempre interactuando con los demás actores de un espectáculo: músico, escenógrafo, maquillador, vestuarista, para que el todo se entienda. Te encontrás con todos, hacés tu parte, pero sabiendo que colaborás en un todo. Vine como espectadora a las peñas -nacidas de pequeños talleres- que eran para mostrar lo aprendido. La Coope es un lugar donde se viene a probar, se muestra lo que estás aprendiendo, lo ya aprendido, es bueno para el público y el artista. Está llena de gente que fue amiga de papi, que conocen su historia y trayectoria, su forma de ser y su vida de artista. Fue un tema: despegarme de ser ‘la hija de’. El hacer arte de papi -no era mezquino con su oficio-, de mostrarlo, se daba en lugares como este; estos espacios han existido en Gualeguay desde hace mucho tiempo, como Antares. Los actores son más o menos los mismos, si alguno ya no está, están sus hijos; se mantiene, se transmite. El Japo, Juan y Malena me avisaron que al aula de arte le querían poner el nombre de papi: sentían la obligación de hacerlo, por lo que Pepe  y su manera de hacer arte significó para ellos. A la Coope uno llega y se va en total libertad”.
Japo Vela y compañía en la Coope. Foto Mauricio Echegaray.
Escuchar al Japo Vela siempre es un placer; hay palabra, concepto, memoria: un defensor de ideas este hombre orquesta: músico, sonidista todo terreno, y de intención solidaria en cada día: “Adrián fue uno de esos personajes extrañísimos que caen en un pueblo y andá a saber por qué. Nació en Buenos Aires o en Santiago del Estero. El padre era músico de banda militar, tuvo muchos destinos. Pasó infancia en Santiago, después Buenos Aires hasta que se vino a Gualeguay. Fui muy amigo. Llegó a visitar a Julio Segovia, su hermano; se enamoró de una chica de la comparsa y se quedó para conquistarla. Nunca le dio pelota. Y se quedó. Hablaba bien porteño. Cayó bien, era músico, y bien heavy metal, fanático de Iron Maiden. Cayó en el 90, lo conocí por el 92; él había organizado, en plaza Constitución, una cosa que llamó Gualeguay Rock; yo estaba aprendiendo a tocar la viola y estos locos tenían una banda. Su primera banda se llamó Los Cuervos, pero tocó en ella hasta que le pusieron el nombre; los otros integrantes nunca entendieron nada; se fue, pero porque él venía de Parque Patricios, era de Huracán: lo consideró una falta de respeto. Armó otra banda: Darkus, el nombre de su perro, y me llevó como 2da. viola, la 1ra. era Gavino; en percusión estaba, muy jovencito y con batería nueva: Juampi Francisconi, que no sabía tocar. Adrián le enseñó los primeros golpes. Así empezó el delirio de haberlo conocido. Era muy heavy, y yo tenía otra banda onda Sumo, pero igual tocaba el bajo. Tocaba tambores, candombe, con los chicos en la plaza, y la batería en el grupo Master de cumbia: era multifacético; y tenía otros trabajos: hachero, constructor de canoas en fibra de vidrio; una vez, para comprar este bajo Fender (señala una foto), hicimos un contrapiso en una chacra. Un músico natural, no había estudiado, tenía una percepción musical muy buena. Venía de una familia disociada, para nosotros era rarísimo. El repertorio de chacarera, que hago con los Rococoyuyos, me lo enseñó él; antes no encontrabas todo en internet, en esa época el repertorio santiagueño de chacarera no se conocía; él se las acordaba, me las enseñaba. En el 97 fuimos a Santiago, dos veces, a tocar y a aprender a tocar; casi todo mi aprendizaje fue con él, tenía una manera muy intuitiva, mucho repertorio, y yo estudiaba, nos cerraba la historia como buen equipo. Otro visitante de la casa de Pepe, que aglomeraba a todos los locos como nosotros. Adrián es el menos conocido de todos; no tuvo una carrera artística formal, pero todos los que tocan acá, los más grandes, lo conocieron y aprendieron con él. Hay una foto en que está dando una clase en la plaza y entre los chicos está Chango Ibarra, Chino Andrade. El candombe que toco, lo aprendí de él. Antes de 2001 me fui a vivir a Misiones, dos años en Puerto Esperanza. Le dije que se fuera conmigo, estaba sin laburo; fue, le gustó y se quedó, en Posadas. Me volví, empecé a laburar en Buenos Aires y le perdí el rastro. Nos vimos de vez en cuando. Se le complicó una infección en un diente, y algo le pasó en la cabeza. No se cuidaba. Su trabajo fue semilla. Vinieron unos amigos suyos de Santiago: Adriana y Oliver, ella cantaba música brasilera: hicimos esa música en comparsas. No discriminaba géneros, le gustaba la música. Quería ser guitarrista, pero tenía una mano muy grande, no le entraba en la guitarra, por eso el bajo”.
Foto Mauricio Echegaray.
Japo y el viernes de la inauguración: “Fue muy fuerte. Perdí amigos, no me aferro a los ritos mortuorios, pero en relación a Pepe y Adrián, el viernes me cae la ficha de que todo lo que hago o sé, lo aprendí de ellos; de ahí viene mi percepción del arte y de cómo hacerlo. Dar sus nombres a las aulas fue muy pensado, se hizo una reunión y se asentó en actas. La Cooperativa se forma con gente que no es artista reconocido, somos rasos, pero todas las semanas estamos haciendo actividades artísticas, tenemos la necesidad de que así sea nuestra vida. No era necesario hacer grandes demostraciones, más allá de las placas notables que hizo Román Cosso para cada aula, porque este es un lugar que representa ese tipo de artista. Del semillero de Adrián salieron artistas reconocidos, pero hay que entender que detrás de ellos hay un montón de artistas que son los que construyen las bases desde donde suben los otros para quedar a la vista. La Cooperativa representa eso. Lo que pasa acá, pasaba en la casa de Pepe, en la casa de Adrián o en la mía. Es un trabajo que hay que seguir haciendo, reafirmar los disparadores que generen artistas. Vanyu se formó en la casa de Pepe, porque no es solo aprender a pintar o tocar la guitarra, hay otras cuestiones que uno ya masticó, y eso hay que transmitirlo. Los delirios de Pepe y de Adrián se resolvieron en CoopArtE, el mismo concepto: el arte primero, después las personas. Las aulas con sus nombres es ante todo un símbolo que representa al artista gualeyo en su trabajo cotidiano. Yo no existiría como artista sin ellos. El arte no es un lugar donde hay que llegar, es algo con lo que hay que convivir. Están los que siempre hacen cuentas: el chicaneo ‘nunca llegaste a nada’; sé lo que tengo, mi logro; la sociedad usa otra vara. Pepe y Adrián fueron dos personas generosas, te enseñaban todo lo que sabían”.
Juan Almada. Foto Mauricio Echegaray.
Juan Almada se presenta: “Soy un artesano, un viajero, me siento nómade; sé que no puedo estar para siempre en ningún lado, por más que sea para siempre donde esté; no es que sepa que voy a viajar, pasa que no tengo apego, puedo cambiar de casa, puedo pasar toda mi vida en Gualeguay como irme mañana”.  Y cuenta, se cuenta: “Pepe fue la confirmación de algo que yo traía desde muy niño; representó el arte, la música, la lectura, los viajes; él viajaba mucho y me gustaba escuchar sus relatos, era divertidísimo; tomar unos vinos y escucharlo; viajaba como pintor, que no hay mucho rebusque. La casa de Pepe era CoopArtE, pero más under. Pepe no tenía edad con las personas con las que se relacionaba, hablaba con un adolescente o un viejo; no tenía problemas, era Pepe con todos, la misma energía, interesante en todos los sentidos. Tenía la casa frente a la escuela Chiclana, iban locos, artistas, músicos, ladrones; los recitales más locos se hicieron en esa casa. Lo escuché mucho, fue mi referente. Algo traía desde mi infancia, me iba a cualquier lado a dedo, me borraba 2 días a pescar. Pepe era muy crítico, y con unos argumentos que te dejaban helado; era irónico, ácido, un humor incomparable, nunca ofensivo, ocurrente, un pensador. Que un aula lleve su nombre es un deber cumplido, y a la vez es hacerlo cargo, el culpable de todo. No fue improvisado colocar los nombres, hace tiempo que lo pensábamos. El momento de hacerlo creo lo indicaron ellos, hubo mucha carga emocional. Adrián era un superhéroe, Nippur de Lagash, y Nippur le decían al loco, otro referente, y coincidíamos en la casa de Pepe. Un artesano de la música, inventaba, nos enseñó a tocar candombe sin haber estado nunca en Uruguay; fabricaba tambores, tenía una personalidad que le daba vuelta la cabeza a cualquier músico, y no sabía nada, o lo sabía a su manera; él inició el candombe en Gualeguay, está el respeto al toque, pero lo hacemos, como lo hacía él, a la gualeya; no somos negros ni uruguayos. Fui entendiendo el tema de la identidad. Eso sí, algo que nunca entendí de Adrián: cómo hacía para tener las remeras tan blancas (se ríe). Fue un hermano. Se fue a vivir a Misiones, y vino a buscarme para tocar candombe, y me fui, tocamos en Posadas, Puerto Esperanza, Puerto Libertad; estuve un mes. Primero supe que estaba en terapia intensiva, después que había fallecido. A la distancia creo que no había hecho el duelo, y lo hice ahora, después de lo que hicimos en la Coope; estuve dos días sin entender qué me pasaba y empecé a llorar. Con el Japo hicimos todo, no podíamos explicarle a un montón de gente quiénes eran estos locos. Ellos provocaron esto, con el Japo nos conocíamos, tuvimos una relación paralela con ellos, pero no coincidíamos. Acá nos hicimos amigos. Sabemos que la amistad es efímera, son momentos. Trabajamos mucho, teníamos a estos dos dementes adentro”.
Foto Mauricio Echegaray,
Foto M.E.
Juan nombra una pista necesaria: “lo efímero”: de la amistad, y de todas las sintonías donde hacemos rodar nuestros relatos. Deberíamos estar más conscientes de esta categoría en la naturaleza humana: efímeros nosotros, pues entonces festejemos la memoria (fuera de ella todo tiene límite): dentro del vestidito de la maravillosa damisela todo puede tornar a sueño de posible eternidad. Toda esta danza entre olvido y memoria se resuelve a través de gestos, como el llevado a cabo en CoopArtE. Cuántos a partir de ahora sabrán de Pepe y Adrián en las aulas de plástica y música. Un feliz puñado de locos trajo a dos buenos fantasmas para que abran sus puertas. Este cronista agradece este viaje en el tiempo; lamenta no haber estado esa noche, pero pudo ver a los buenos fantasmas entre las palabras aquí dichas, y en las notables fotografías de Mauricio Echegaray.
Foto M.E.

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