El
lector se preguntará cuál es la novedad en el hecho de que un pajarito salga de
juegos por la ciudad/río de Gualeguay. Entonces debo una explicación para el
título de la nota; luego voy a contar una historia hecha de historias. El
Pajarito al que me refiero se escribe con mayúscula, porque este hombre
Pajarito es poeta, titiritero, dibujante, y es ante todo, mi amigo. Su nombre:
Víctor “Pajarito” Cuello. Su aldea de residencia es la localidad de González
Catán, provincia de Buenos Aires. Pero no llegó a Gualeguay desde este lugar,
voló hasta nuestra ciudad/río desde Rosario, ciudad adonde fue a parar
asumiendo el riesgoso oficio de correo entre poetas: poetas amigos cercanos,
entre ellos, Omar Cao, le encomendaron una misión de suma importancia: llevar
libros de poetas a un puñado de poetas rosarinos. Como se verá, hay muchos
poetas en los días, y eso es bueno a la hora de burlar las mezquindades en
estos tiempos interesados.
El
poeta Pajarito (llamado así desde pibe, por lo flaquito y narigón, y porque
cuando le preguntan su nombre contesta: “Decime Pajarito”) es viajero nato, y
como no usa reloj ni riendas, no es de andar planeando al detalle partidas y
arribos. Su mensaje primero fue que si todo el plan de viaje a Rosario se
terminaba de atar con felicidad, podría llegar a Gualeguay el jueves, el día
anterior a la presentación de mi libro: “La marca de Gualeguay 1”. El destino
hizo lo suyo, y Pajarito quedó en carrera hacia tierra gualeya. Pero claro, a
la hora de arribar, no unió todas las palabras, y entonces terminó
desembarcando a la una de la mañana del jueves. Se dijo: “No voy a molestar a
esta hora”, y entonces tomó asiento en la terminal. Previo a eso pidió un mapa
de la ciudad, y así se pasó un puñado de horas, entre la tv encendida y el estudio
de los nombres de calles.
A
las seis de la mañana inició la caminata. Anduvo en las plazas, sacó fotos -lleva
encima una vieja maquinita digital, una de esas que ya casi nadie usa-; en
Plaza Constitución vio cómo se barrían las hojas y papeles con grandes hojas de
palmera; se sorprendió frente a los contenedores de basura intervenidos por
artistas plásticos; anduvo medio solo en las calles, todo apuntaba
tranquilidad; la mañana pintaba fresca, todo lo contrario al calor del día
anterior en Rosario. A las siete me mandó un mensaje. Mi Julia iba a Jardín. Nos
encontramos en la puerta de la Escuela Normal.
Desde la izquierda: Pajarito Cuello, Ricardo Maldonado y Mario Bellocchio en el Quirós. (Foto Sturzenegger). |
Mi
amistad con Pajarito tiene que ver con el comienzo de mi vida en Gualeguay.
Hacía
días que vivíamos en nuestro nuevo lugar en el mundo cuando recibí (21/04/13)
un mail: “Querido Edgardo: No nos conocemos. Es decir no nos hemos visto la
cara, pero yo tuve la fortuna de comprar tu libro: ‘Miradas escritas al
acrílico’, y ya te considero mi hermano. Tu libro, Edgardo, me hizo muy feliz
como lector. Además me hizo encontrar con seres maravillosos que, por lo que
veo, también lo son para vos: Álvarez Morgade, Silber, Ditaranto, Pedrido,
Xurxo, Lubrano Zas, etc. Te mando, sólo como muestra de admiración y no
fanfarronería, unos poemas que escribí; me hubiese gustado mandarte mi libro
pero sale muy caro editar; guardo la esperanza que algunos de estos versos te
gusten”.
Contesté,
agradecí, y el (23/4/13), en otro mail, me decían: “Tu libro lo compré en una
librería de viejo. Lo pagué 5 mangos. Visito las librerías de saldos porque no
ando con trabajo fijo (bueno, soy poeta...jajaja) y como voy con pocos mangos
al centro trato de buscar buenos libros (que en las librerías grandes y
comerciales no se consiguen) y al alcance de mis monedas. Y me llamó la
atención cuando empecé a mirar las páginas de tu libro que habías escrito sobre
Federico Pedrido; y, en otra parte, sobre Santoro (es decir sobre Dolores y su
encuentro con Ditaranto). Y cuando leí el nombre de David Álvarez Morgade
pensé: “¡¡Mierda!! ¡¡Este libro lo llevo!!
Y
así fue que cambié mi pancho con vaso de Coca por la maravilla de tu prosa. Y
ahora por tu amistad. Hice buen negocio”.
A
estos detalles en la vida me refiero cuando hablo de cápsulas de tiempo, al
recuerdo como canto rodado rebotando sobre la superficie del río del tiempo. El
libro “Miradas escritas al acrílico” es de 2006, y en su interior se guardan
historias de ayer; un libro en la misma sintonía es “La marca de Gualeguay 1”. Vi
por primera vez a Pajarito en la casa de Mario Bellocchio, en Boedo, hace años,
y ahora, en estos finales de 2017.
Digo
también que Pajarito es un viajero nato, un hombre nacido con la misma
sustancia fundacional que la maravillosa carreta (otra cápsula de tiempo) del
titiritero Javier Villafañe: La Andariega. La militancia poética de Pajarito lo
lleva de gira por los lugares donde habita esa gente siempre sospechada: los
poetas, y entonces los escucha, guarda sus libros, toma fotografías, establece
el rastro del abrazo, y lo publica en facebook, que a veces hace de buena
herramienta, y ante todo, ese andar de memoria militante se traduce en poemas,
y en sus famosas “piedritas” (poemas ínfimos donde se guarda la pulsión
inconmensurable de un puñadito de palabras). Entonces este Pajarito vuela sobre
su territorio matancero, venía de volar por Rosario, y llegó a hacer lo propio
en la ciudad/río de Gualeguay. Habitó nuestra casa en la chacra gualeya,
estuvimos de amigos en casa: junto a Virginia Amestoy y Mario Bellocchio.
Antes
de hacer un cierre de amigos, dejo alguna pista sobre Víctor “Pajarito” Cuello.
En mi biblioteca hay 3 libros que llevan su poesía: “Monedas del 85”, “Ladrillo
escrito y otros poemas” y la antología “Alto guiso. Poesía matancera
contemporánea”. Desde una entrevista que le hice en 2014 destaco su
autorretrato: “Tengo
37 pirulos. Fui seminarista ‘subversivo’ (calificativo que me pusieron los
curas formadores antes de rajarme del Seminario), amigo de Antonio Puigjané,
Farinello y todos los curas y monjitas de Tercer Mundo, eso es lo que fui un
tiempo. Gracias a Dios sigo siendo: titiritero, dibujante, actor de
puro caradura, presentador de libros; bebedor de vino, chamuyador de
flacas, medio boludo (o a tiempo completo), amigo de poetas (tipos y minas)
porque comparto con Paco Urondo: ‘La amistad de los poetas lo mejor de la
poesía’. En fin, un montón de cosas sin utilidad para el sistema donde vivimos.
Vivo en Villa Dorrego, un barrio de González Catán, partido de La Matanza. Soy
casi ciruja, bohemio, dirían en Buenos Aires para darle otro toque. Espero
llegar a la vejez escribiendo y dibujando hasta ‘sangrar papeles’”.
Pajarito dijo:
“Poeta es aquel que verdaderamente tiene ‘oídos para oír y ojos para ver’.
Vivir como poeta, como un verdadero ‘hacedor’ en lo cotidiano, es lo esencial.
La palabra y el papel es un ‘accesorio’ a esa vida”.
En el poema “‘consejo
que me dio luis luchi en un sueño’: cuando tengás ganas de llorar / hacelo bajo
la lluvia / mientras caminás despacio / nadie se da cuenta / que vas llorando /
y a veces / ni siquiera uno mismo / lo recomiendo / en serio / yo siempre lo
hago / levanto un poco la cabeza / y las gotas / limpian todo lo que mi llanto
expulsa: / tristezas / broncas / desilusiones / amores perdidos / y uno que
otro sueño roto / intentalo / aprovechá la próxima lluvia que venga / no sabés
qué bien que te hace”; aparece la lluvia, y también, en otros poemas, la
susodicha da su presente; pregunto y contesta: “La lluvia siempre me pega en
medio de los ojos de la vieja tristeza”. Y entonces quiero saber dónde y cómo
pega el amor, la libertad y la pobreza: “Y la libertad, el amor, la pobreza,
son pequeñas astillas clavadas en el suelo del corazón; me pinchan hasta
sangrar sólo para recordarme que estoy vivo”.
Pajarito
Cuello estuvo en la noche de presentación de mi libro en el Quirós, pude hacer
las presentaciones entre Tuky Carboni, Mario Bellocchio, y este poeta aparecido
casi en calidad de buen fantasma. Tuky conocía el trabajo de ambos. Un momento
feliz.
En
el después de la presentación, un grupo mínimo de amigos nos reunimos en casa.
Julia, mi hija, Evangelina, mi compañera, Mario Bellocchio, uno de los
presentadores de la noche; su compañera: la socióloga Virginia Ameztoy, que había
dado una conferencia en Gualeguay la noche anterior; el segundo presentador del
libro, el poeta Ricardo Maldonado, su hijo Adán, y Charo, su compañera; mi
suegro Gustavo Gálligo, y el susodicho Pajarito, poeta y, remarco ahora: “titiritero”.
La noche se fue en charlas varias, poéticas y políticas, una mezcla saludable.
Ricardo ofreció, antes de partir, dos canciones de propia cantera y fue en
busca de la guitarra. Cuando terminó la primera: “Para
cantar un regreso”, Pajarito fue hasta sus bolsas viajeras, y desde un paño
rojo y sus brazos, sus manos, emergió Tuco, un amigo títere que le pidió a
Pajarito, al oído, que tradujera lo que iba a decir; Tuco hablaba desde un
temblor emocionado de sus almas, idioma Tuco de ventrílocuo, y entonces nuestro
amigo tradujo: “Hay gente que con solo decir una palabra / enciende la ilusión
y los rosales; / que con solo sonreír entre los ojos, / nos invita a viajar por
otros mundos / y permite florecer todas las magias. // Hay gente que con solo
dar la mano, / rompe la soledad, pone la mesa, / sirve el puchero, coloca las
guirnaldas; / que con solo empuñar una guitarra / te regala una sinfonía de
entrecasa. // (…) // Y uno se va de novio con la vida, / desterrando una muerte
solitaria, / pues sabe que a la vuelta de la esquina, / hay gente que es así,
tan necesaria”. Casi completo quedó en el aire de la noche el poema “Gente” del
grande Hamlet Lima Quintana. Tuco nos miraba, decía; se volvía a Pajarito, se
miraban; y seguíamos, todos, dentro del poema que aseguraba maravillosas
diferencias. Porque hay maneras y maneras de entender la vida y las ideas. Luego
Ricardo dijo un poema: “Para qué sirve una guitarra”, y desde el silencio posterior
inició la segunda canción: “El mundo me da una piedra”.
Sucedió
una de las noches en que Víctor “Pajarito” Cuello anduvo por Gualeguay
festejando la memoria; sucedió la magia cuando la reunión de un grupo de
amigos; sucedió la magia a metros del jacarandá y el espinillo; sucedió el
encuentro entre empanadas y vino, entre sueños y escrituras, y anécdotas; de
alguna manera somos la memoria de un puñado de anécdotas y la felicidad por
haberlas vivido.
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