El
mundo de lo clandestino es mucho más grande y sustancioso que aquel que
identificamos con la luz, con la vidriera, la exposición, el reconocimiento
oficial. Clandestino es pertenecer al silencio, a la sombra; algo cercano a
vivir en el misterio, como proponía Homero Manzi. Artistas clandestinos,
corridos del centro, habitantes de los barrios aledaños, de las afueras en
penumbra. Digo que mi padre con su pintura pertenece a la sombra, como así
también mi escritura. Será por eso que me interesé por la historia de Squivo.
Debo
la totalidad de la información a transmitir al trabajo de investigación, de
militancia en relación a la memoria de su aldea natal, del escultor Mario
Morasan. Hace un puñado de días lo entrevisté por su quehacer artístico, y su
presencia en Gualeguay en el segundo encuentro de escultores. Una de las
sintonías de Morasan es la investigación y divulgación de obras y artistas,
vale como ejemplo su libro: “La Histórica. Patrimonio, monumentos y escultura
pública de Concepción del Uruguay 1783-2011” (2013). Mario realiza
publicaciones en el ciberespacio, toda una herramienta de difusión; fue cuando
me encontré con un personaje que no conocía: un pintor y su manera de entender
el arte y la vida. La sorpresa abrió la puerta.
Squivo por Eduardo Amaral (izq.), y Squivo en su taller. |
Cuenta
Morasan que con el título de “Pintor clandestino” se publicó el 25 de febrero
de 1973, en la revista Clarín, una nota sobre Squivo (más conocido como Esquivo
en su ciudad), nacido en Concepción del Uruguay el 16 de octubre de 1920.
Fragmentos del texto: “Carlos Squivo comienza a pintar desde muy joven; gente,
paisajes, ranchos de los alrededores de Concepción van llenando sus telas. Su
primer atelier es una buhardilla, ‘La torre de los murciélagos’, lugar donde se
cita la media docena de artistas noctámbulos de esos tiempos. (…) Enviado por
amigos comunes, una de esas noches llegó hasta ellos el poeta Carlos Latorre;
iba de paso, pero permaneció en Concepción y en la buhardilla todo el verano.
Comienza entonces la amistad de Squivo con los surrealistas. Alrededor de 1950
viaja a Buenos Aires y se une al grupo formado por el mismo Latorre, Aldo Pellegrini,
Enrique Molina, Madariaga, Llinás y otros. Comparte con ellos, más que una
estética, una concepción y un modo de vida. Tardes, noches y amaneceres de los
bares de Florida y Viamonte, y ‘estaños’ del Bajo testimoniaron polémicas y
creaciones, dando origen a libros y revistas, entre éstas de la importancia de ‘A
partir de cero’ y ‘Letras y líneas’. (…) Aunque sus obras no adhieren al
surrealismo, éste dejó huellas en su vida y creación. De las épocas de su
pintura, el puntillismo, el realismo mágico y el expresionismo, es el segundo
el que más lo atestigua.
Por
esos tiempos estudia con Carlos Castagnino, realiza muestras individuales en
Peuser, Rubío, Riobóo y otras salas, y obtiene en 1960 el Segundo Premio de
Pintura de la Sociedad Hebraica Argentina”.
Reflexiones
de Squivo sobre Squivo: “Ocupado, casi recluido en mi taller, muchas veces
olvidé exponer a tiempo el resultado de mis experiencias plásticas. He buscado
siempre el misterio, lo que no puede decirse. Creo que cada vez que termino una
obra me siento decepcionado, quisiera empezar de nuevo. Esta es la única razón
por la que temo la brevedad del tiempo que nos toca vivir, que nos impone un
plazo para la profesión creadora”.
“Crear
es solo una tarea, un mandato interno y profundo que surge de mí y del mundo
que me rodea. Un mosaico de quince por quince centímetros se me presenta como
un punto de partida. Alguien lo hizo, tiene una existencia y una finalidad. Yo
siento que mi obligación como artista es poblar ese mosaico de imágenes,
hacerlo llegar hasta sus posibilidades más distantes. La obra plástica nos
espera en todas las cosas, en la textura de una piedra, en la corteza de un
tronco, en el hueso pulido y calcinado de un animal, en la huella de una
vertiente”.
“Quiero
pintar la figura humana como es, con sus contradicciones e innumerables
facetas; por eso cada una de mis figuras no está sola, no es única, se
desdobla, se proyecta hacia adentro, se multiplica”.
Me
produce alegría encontrarme con la presencia amiga de los surrealistas, pienso
en dos de mis notables: Aldo Pellegrini y Enrique Molina; pienso en la pulsión
de Squivo, su laborar, mientras sigue atento a la mirada profunda.
En
otra nota, titulada “Carlos María Squivo: un artista cabal”, Carlos Latorre se
detiene en:
(…)
“La entrañable ternura de Squivo obra el prodigio de convertir lo irrisorio en
hermoso milagro de amor, compasión capaz de transfigurar los contenidos de la
promiscuidad y la deformidad. (…) Dibujante a la altura de los mejores, Squivo
cuenta también con la riqueza inagotable de su sabiduría técnica. (…) Se suman
a estos bienes naturales de su dote artística, su despiadado humor, el aliento
creador de su fantasía, la dimensión desconcertante de su inocencia capaz de
asomarnos subyugados tanto al espectáculo de la gravidez de la vida, como al
milagro del amor sublimado o escarnecido, a la misma crueldad en él,
inconscientemente purificadora. Y sobre todo, la poesía”.
Morasan en Gualeguay (2016) |
Mario
Morasan informa que el reconocido crítico de arte Córdoba Iturburu también se
refirió a su pintura: “(…) Sugestiva, de rica fisonomía, en la que el color y
la materia se funden en la realidad de una expresión calificada”; y otro crítico
notable, además de notable poeta, Aldo Pellegrini, señaló: “La materia vibra,
el color reverbera, transportándonos al mundo resplandeciente de los hechizos.
La superficie pintada misma, incapaz de ser contenida por el cuadro, se
proyecta hacia el espectador para iniciar la ceremonia sagrada de la
comunicación”.
Carlos
Squivo murió en Martínez, provincia de Buenos Aires, a fines de 1986. Llegó a
transitar tiempos duros -de manera inevitable pienso en las carencias de
Antonio Castro- en los que solo pudo realizar su arte utilizando crayones.
En
la publicación de Morasan aparece un personaje determinante: el gualeyo Eduardo
Amaral (1926-1989), quien a unos meses de la muerte de Squivo escribió en el
diario “La Calle” de Concepción del Uruguay, el 11 de enero de 1987:
“Aparte
de los familiares y del grupo de amigos de siempre, no hubo en esta ciudad el
eco de la infausta noticia. Es que la labor pictórica, la profunda obra de
Carlos Esquivo fue silenciosa permanentemente. Buceador incansable, nunca creyó
que el éxito fuera el objetivo de su obra. (…) Si Carlos María Esquivo alcanzó
las metas que a sí mismo se propusiera, sólo él lo supo. Sus silencios, sus
angustias, sus risas y sus lágrimas caminaron por dentro de su personalidad y
se fueron como embarcadas hacia el infinito. (…) Y algunos de los pocos que
vamos quedando de aquella barra de los años 40, sentimos seguro, el abrazo de
la nostalgia al cruzar frente al edificio de España y Almafuerte. Porque allí,
en una bohardilla ocurrió el desfile de otros bohemios maravillosos como
Yamandú Rodríguez, Carlos Latorre, Luis Alberto Ruiz, Cesar Schepens, Mario
Loza y otros.
Y
esas sombras, esos perfiles de ceniza, caminan aún por aquel ‘cuartito azul’
donde soñara ese dibujante maravilloso, extraordinario pintor y mejor amigo que
fue Carlos María Esquivo”.
Eduardo Amaral |
La
memoria, estoy convencido, tiende, funda, sus propios caminos, o pensaba en una
imagen: cada historia corporizada en una piedra y disparada sobre la superficie
de un río; la piedra se hace visible en cada rebote sobre el agua, luego se
duerme hasta el próximo toque sobre la superficie del río del tiempo. Morasan
cierra su publicación contando algunos detalles: “Las dos primeras notas
periodísticas me fueron cedidas en mano por Eduardo Amaral, allá por los años
ochenta y tantos; años en los que manteníamos largas charlas en mi taller de
escultura.
En
ese entonces, además de tener una hermosa amistad, compartíamos el mismo
espacio de trabajo en aquel primer Canal 2 ‘video imagen’ en el que Eduardo era
gerente.
Excelente
dibujante, gualeyo de nacimiento y uruguayense por elección. Dibujante del
diario local, ilustrador de libros, autor del escudo de la localidad de Caseros
(E.R.), Eduardo hacia un culto de la amistad y disfrutaba haciendo caricaturas
de sus amigos... vaya para él también este merecido recuerdo”.
Es
en este momento donde la maravilla alumbra el día, porque la piedra rebota
sobre el río en esta tarde gualeya, en este momento de escritura en mi casa en
la zona de chacras. Uno agradece las presencias, las fundaciones. Se da gracias
a Carlos Squivo, y me lamento no tener a la mano la posibilidad de ver su obra;
se agradece el trabajo comprometido del escultor Mario Morasan; y se agradece
la presencia de un puente fundamental en esta historia: Eduardo Amaral. Un
hombre a quien no conocía, hombre que alguna vez caminó las calles que hoy
camino en esta ciudad/río de Gualeguay. Es en estas pequeñas historias,
presencias, cuando la ciudad es más río que ciudad, sucede cuando el cauce se
nutre en la memoria.
Escribo
en esta tarde gualeya sabiendo que este entramado, publicado, en este 16 de
octubre, 97 años después del nacimiento de Squivo, por el amigo Morasan, y de
la mano de su amigo Amaral, es prueba irrefutable de las magias que trabajan en
torno de la memoria. Pienso en las bondades que encierra el intento de “ser” a
través del trabajo en la memoria. Fue por esto que decidí sumar mi contribución
en este espacio del diario del domingo. La vida es habitar la mayor cantidad de
historias, y recordarlas.
Va
entonces mi agradecimiento a los personajes de esta publicación.
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