Desde
hace un puñado de días hay en el Museo Quirós una presencia determinante que
todo lo modifica. Hablo de las almas del espectador, que mira alucinado; hablo
del aire, y en él señalo las rondas de buenos fantasmas que regresan; y entre
ellos, el primero, fundacional, el de Antonio Castro, destacado artista
plástico gualeyo, y sus maneras de animar el vuelo del pincel y los colores.
Una obra de dimensiones generosas (2,50x1,50mts). Un cuadro, pero no en soporte
tradicional. Un ensayo plástico trabajado sobre una confluencia poética, así lo
pienso.
Néstor
Medrano, a cargo de Cultura del Municipio, informa: “Es una donación de un
sobrino de Castro”. Maximiliano Crespo fue el encargado de enmarcarlo.
¿Quién
es el sobrino generoso de Antonio Castro?, es la primera intriga, porque, me
digo: no cualquiera piensa: que sea para todos, y no solo para mí, o no solo
para un particular; digo: tiene sus cuestiones ese egoísmo, entendible, de la
posesión de una obra de arte. Y además, pienso, sé, que toda obra tiene un
relato, y entonces, encontrarse con el que corresponde a este caso, hace
todavía más maravilloso el gesto de dar, de entregar el tesoro para los demás.
Antonio Castro |
El
hombre generoso es Raúl Emilio Albornoz Castro, más conocido en su barrio como
el “Turco”: “Mi mamá era hermana de Antonio: Juanita, la Negra, más conocida
por el apodo: Silvia”. En el libro de Nidya Rampoldi: “Antonio Castro. Hombre
de la costa” (2009) me enteré de que Castro, alguna vez, frente a la escasez de
materiales donde pintar (papeles, cartones y maderas, y variados etc.) había
emprendido la labor sobre una sábana. “Una sábana de Castro”, le digo al Turco:
“No es una sábana, es el mantel de mamá. Un pedazo de tela, tipo lienzo, pero
es tela simple, comprada en una tienda de retazos; como mamá cosía y bordaba
como una diosa, lo hizo mantel. Pasó el tiempo, y mamá dijo que se lo iba a
llevar a Antonio, para su mesa. Él vivía en la casa que había sido de mi abuela.
Sobre este mantel han comido los grandes amigos de Antonio: Petroff, Normita Olhaberry
con Otero, Pitina Olhaberry, el doctor: el ‘Gordo’ Alberto Lescá. Conocimos a
sus amigos, también amigos de mi mamá: Emma Barrandéguy, Cachete González, que
se apareció una mañana en casa acompañado por Jaime Dávalos, los dos venían a
ver a Antonio, los dos en pijama, era verano; y conocimos a grandes viejos, yo
era joven, y conocí a Mastronardi, a Elsa y Eise Osman, mucha gente vino a
casa, literatos. Mi mamá les hacía ensalada de tarucha, que el mismo Antonio
pescaba, y que nosotros, chicos, les sacábamos las espinas al sol, eso también
era una obra de arte; les encantaba el pescado frito. Corría el buen vino,
cuando salió el Valderrobles, era un lujo. Después, más para acá, las chicas
Mochi: Biby, que puede contar mucho de Antonio, y su hermano Néstor que estaba Italia
(Biby sumó los nombres de sus hermanos Prudencio y Graciela) le traía
materiales de pintura. Antonio además era amigo de los pescadores del río, que
eran su gente de la ‘fogarata’, la ‘fritangueada’, del vino y el cigarrillo;
por eso te digo que Antonio quedó en los rancheríos pobres, en la pintura y en
el sentimiento de la gente. Antonio ofrecía siempre su casa, y eso es una
herencia. Nos enriquecíamos con él. Un día no tuvo mejor idea de poner con
cinta el mantel en una pared y empezar a bosquejarlo, porque es un bosquejo, no
es una pintura terminada. Mi mamá tuvo el mantel muchos años. Sirvió para la
mesa de madera de la casa. Las viejas de antes cuidaban las pocas cosas que
podían tener”.
Entre
recuerdos y deseos: “Antonio vivía en su casa, que él le había comprado a la
madre, con su hermano Cacho, pero durante años vivió con nosotros. Guardo
pinceles y bosquejos de él, a varios los hice enmarcar y los colgué. Me gustan
porque es cuando nace la idea. Y guardaba el mantel, bien doblado dentro de
bolsas, nada de humedad; estaba en una parte de la casa, que es medio tapera,
pero bien seca. Estamos sacando cosas porque vamos a vender una parte. Le dije
a mi hermano que lo iba a donar al Museo Quirós. Es una obra de arte de
Antonio, que no tiene la firma, pero el trazo es inconfundible. Debe ser de
principios de los ’90. Quisiera que la obra quede para siempre, que la vean
todos. No lo quería en manos de un privado. Son dos obras de arte en una: las
manos de mi madre y la pintura de Antonio. Tengo tapices pintados que tampoco
están firmados porque son de cuando tenía problemas con la artrosis. Hubo
familiares que vendieron obra, y está bien, cada uno sabe, nosotros no
vendimos, le dijimos a mamá que no vendiera nada. Antonio murió en casa de
Cacho. No murió en casa porque nos inundábamos, si no hubiera muerto en casa.
Quería mucho a mi papá”.
Castro en el Quirós. Foto de Fernando Sturzenegger. |
Pregunto
al Turco cómo era el tío: “Más que tío fue un amigazo. Nos leía a Omar Khayyam,
ahí tengo el libro viejo: ‘¡Bebe vino!’, porque a él le gustaba la bohemia. Fue
un amigo, aparte de unirnos la misma sangre, nos decía: ‘La palabra justa en el
momento justo’. Nos marcó para siempre: ‘Sobrinos, ustedes sean felices con lo
que quieran ser felices, que yo voy a ser feliz’. Hay que decir todo lo que era
Antonio. Como dice mi hermano: ‘Antonio quedó en los rancheríos pobres’, porque
era eso, era sinónimo de esos lugares; siempre daba una mano, si él no tenía,
pedía para darle a otro. A mis 57 años, fui, soy, testigo. El recuerdo de
Antonio, más que la sangre, es la enseñanza a cabalgar la vida, a ser honesto,
a ayudar en el momento que corresponda, y con la herramienta que corresponda;
no son palabras mías, son palabras de él”. Raúl Emilio se emociona, se lo ve
feliz, pleno en la memoria: “También heredamos el amor por los libros. Antonio
iba dejando cosas por el camino, dejó obras en casa de un amigo, y nunca más
las buscó. No era materialista, vivía desprendido. Él vivió en Buenos Aires, en
una habitación pequeña en un teatro, por ahí también quedaron obras. Se relacionó
con artistas. Recuerdo una carta de Páez Vilaró invitándolo a Uruguay”.
Pregunto
por una imagen/recuerdo de Castro: “Fue un bohemio nato, que ya no se ve más en
este mundo. Lo recuerdo saliendo a caminar con el bolso al hombro, pararse a
hablar con toda la gente del barrio. Él era pueblo. Era amigo de todos. Nos
enseñó a remar, a pescar, desde chiquitos. Y creo que era más familiar de la
gente que conocía que de la familia propia”.
El
Turco afirma que Castro: “Era muy ‘mamero’, cuando murió la abuela, yo tendría
9, Antonio empezó a ser un trashumante. Iba y venía. Vivió en Buenos Aires, se
juntaba con Cachete y Martínez Howard en La Boca. Después se quedó en Gualeguay”.
Asegura
el Turco que: “Antonio tuvo una infancia feliz, todos los hermanos eran unidos.
Después llegó hasta el maestro Epele, que lo incentivó”. Recuerda que las
pérgolas del barrio llevaban el nombre de “Paseo Antonio Castro”, y dice no entender
por qué no se mantiene la denominación.
Los
regresos de Antonio Castro: “Antonio se hace presente en un vaso de vino, en un
cigarrillo. No se puede decir que no está. Se lo encuentra en su pintura, en el
río, era un gran pescador. No tuve hijos, pero de haberlos tenido me hubiese
gustado ser como fueron Antonio y mi padre”.
Una
presencia determinante, que todo lo modifica. Me detengo, en soledad, es media
mañana en el Quirós, frente al Antonio Castro. Nico y Maxi están en la oficina.
Abro mi libreta y lapicera en mano tiro mis trazos de palabrería. Anoté que muy
bien el mantel de la mamá del Turco, pudo ser mantel y también sábana en la
casa del artista. Un mantel trabajado por las manos de una madre, un simple
retazo de tela acondicionado para que sobre su esencia de festejo festejaran en
comida y trago tantos amigos. Y una sábana trabajada primero entre los sueños y
las vicisitudes y destinos de las noches de Antonio, y luego, como para
acomodar los relatos, el impulso de liberar pinceles y colores. En la soledad
que me regalaba el Quirós, descubrí otra vez la marca fundacional de Gualeguay.
Digo una y otra vez que esta ciudad/río está ubicada en el límite de dos
territorios: donde transitan aquellos que están vivos, el cotidiano a la vista,
y la otra tierra, donde aquellos que partieron, nuestros muertos, regresan a
los afectos. La obra, el cuadro, el mantel o la sábana, muchas veces la palabra
justa no importa, es una comunidad, primero de colores (se ve que Antonio
andaba escaso de soporte tradicional, o nada más quiso innovar, pero sí contaba
con pintura en generosa presencia) y de trazos de poseso amanecido en la
maravilla del arte; y luego de figuras o recuerdos de humanos viajeros
entrevistos en la maravillosa acción de regresar, de volver. Una comunidad de
almas, de buenos fantasmas. Hablo de figuras entrevistas saliendo desde el
fondo de la obra, desde la “entrenoche” como anotó la poeta: sus rostros, su
mirada sobre la mujer en ocre desnudo que se muestra en el centro de la tela,
el retazo, el mantel, la sábana, la comida y el sueño. Desde la tranquilidad en
el Quirós vi en el Castro esa comunidad de fantasmas en el regreso, y en ellos
vi cierta ansiedad, causada por la misma acción de volver desde la memoria, y
porque se quiera o no aceptar, la vida y sus cercanía implica cierta velocidad,
cierta neblina hecha de arena que desdibuja los días, y en eso caen hasta los
fantasmas. Anoté que en todo este universo, Antonio Castro guarda un único
espacio de remanso. En la altura, a la derecha, a través de una ventana
originada en alguna curva de un cuerpo humano, se ve con claridad y simpleza de
trazo, un bote con su pescador: un puñado de trazos negros y una pasada en
verde para señalar el refugio. Hay una figura a la izquierda que sugiere una
sintonía de personaje que muy bien podría habitar un cuadro de Cachete
González. Escuché en una noche cercana al poeta, plástico y ensayista Luis
Alberto Salvarezza, y al plástico y ensayista Marcelo José Vázquez, señalar esa
presencia puente entre los artistas gualeyos. Hablando de la obra de Castro y
Cachete con el poeta y editor Ricardo Maldonado, me dijo que no hay que olvidar
que ambos artistas vienen del mismo barro primordial, ese sentimiento o mirada social
y poética que también marca, define, la ciudad de Gualeguay.
Agradezco
esta nueva presencia de Antonio Castro. Invito a los gualeyos a pasar por el
Quirós y sentarse a la mesa de los regresos. Agradezco que a través del
fotógrafo Fernando Sturzenegger pueda guardar su registro. Agradezco a Raúl
Emilio Albornoz Castro por su ofrenda para todos, por sus palabras. Y no quiso
ocupar ni un lugar en la foto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario