domingo, 13 de agosto de 2017

Ángel Oscar Cichero: amanecer en Gualeguay

Sobre el escenario de la charla con Ángel Oscar Cichero (1974) sale a escena, primer cuadro, la necesidad de contarse, y de contar, su lugar en el mundo: historias, músicas, dibujos y colores; contar la memoria de la aldea natal: la ciudad/río de Gualeguay habitando el mapa de la imaginería entrerriana. ¿Cómo cuenta Cichero?, a través de la vida de su criatura, el ballet: Amanecer Gualeyo, un quehacer cotidiano que ya lleva 21 años en el paisaje.
Ángel Cichero en Caseros, Entre Ríos.
Los primeros movimientos de Ángel Oscar: “Hice jardín y primaria en la Chiclana, y ahí regresé de grande, ya hace un tiempo, a dar clases; la secundaria en la Comercio. Bailaba folclore desde chico, en la clase de música, escuela primaria, desde los 7/8 años. Y por Gualeguay andaba Juan Francisco Berisso, que era un hombre que se dedicaba, sobre todo, los domingos, en una chata Ford, a recorrer todos los barrios; juntaba gurises y los llevaba al club Sportiva; ahí enseñaba baile, folclore tradicional; los destacados iban a la peña semanal El Estribo, que tenía como sede el club. En la escuela, para las fiestas patrias, como sabían que yo tenía alguna formación, era: ‘baila Cichero’. No sé cuándo me di cuenta de que el baile era algo que no podía dejar de hacer. Era fuerte en el barrio jugar a la pelota, también ir a pescar o jugar a la figurita, pero siempre estuvo presente el baile, que no era compartido por el resto de los amigos. Me miraban raro en la escuela, en el barrio, y ahí se producía una contraposición: uno se quería encontrar con esa identidad reconocida, pero estaban los amigos. En cambio, aprendiendo folclore era uno más. Bailando sentía también que me reconocían, que me aceptaban; eran mis herramientas. En esta academia para niños que llevaba adelante el Negro Berisso, competíamos en Bovril, en el Festival Provincial del Gurí Entrerriano; ahí, con Ana Lina Naufal, ganamos el primer premio en zamba, por el 84. Ese fue un quiebre, por ahí, a esa edad uno se colgó del premio; tal vez haya sido ahí que pude decir: bueno, esto es lo mío. Empezó a aflorar la idea de que no era solo un baile, pero no estaba ni cerca de entender el compromiso cultural. El baile era como jugar a la pelota, que no faltara. A esa altura, si me ninguneaban porque bailaba, me les reía. Además tenía problemas de vista, jugábamos en la calle a la paleta, mi abuelo fue fundador del Club Pelota, pero yo no veía la pelotita; también soñaba con ser aviador, y cuando fui a Buenos Aires a estudiar a la UBA, no veía los números de los colectivos; entonces no era raro que uno se refugiara donde la vista no traía problemas. Eso sí, con lentes de contacto, me recibí de piloto en el aeroclub. Después apareció el boliche, y yo iba exclusivamente a bailar; si no bailaba, me iba”.
Formación, mandatos sociales, Buenos Aires y vuelta a la ciudad/río, los caminos de la vida: “Cuando me fui a Buenos Aires ya era profesor de folclore; mientras hacía el secundario vino un profesor de Diamante, Claudio Cerpa, que traía la oportunidad de que los chicos que bailaban se formaran como profesores de danzas folclóricas: 4 años. Lo hice. Para entonces ya había un compromiso cultural. El Negro Berisso estaba viejo, dejó la peña, y entonces empezó a pasar: ‘¿Qué hacemos con esto?’. Con gente de El Estribo se formó el grupo El Reencuentro. Cuando me fui a Buenos Aires lo hice con algo pendiente, no había funcionado el grupo, y en Gualeguay no había un espacio para la danza. En la gran ciudad quise estudiar ingeniería electrónica, me gustaban los cables; estuve un año en el ciclo básico, pero no me supe adaptar a Buenos Aires, y no tenía el nivel de formación secundaria que necesitaba, era más o menos como no ver. Cuando regresé a Gualeguay me anoté para estudiar analista de sistemas en la Comercio, por el mandato familiar de estudiar. Y vine a trabajar en el taller mecánico de mi viejo”.
Amanecer Gualeyo en Maciá 2017
Cuando Ángel estaba terminando la carrera, Julieta Reynoso, una compañera del profesorado de danza, le comunicó que Raquel Orgambide, directora departamental de escuelas, junto a Silvia Ronconi, la habían convocado para formar un grupo de danza representativo de la ciudad; y que ella pensaba que quien debía jugarse en semejante desafío era: él: Cichero, el mismo hombre que trabajaba de día en el taller del viejo y que estudiaba de noche, o sea, un ciudadano modelo. Cuando fue a la entrevista, luego de pasar por un patio lleno de alumnos y docentes, le informaron de la intención: un grupo sostenido económicamente por el Municipio. Fue luego de asegurarle que iba a poder afrontar la tarea, que las damas le informaron -después de que Ángel preguntara cuándo había que empezar- que las clases comenzaban: ‘ya mismo’. La gente del patio esperaba al profesor. Con ropa de taller mecánico dio su primera clase. Este espacio se generó como un taller de la Dirección de jóvenes y adultos de la Provincia. Este hecho, y luego la formación de dicho grupo fue el antecedente fundacional del ballet Amanecer Gualeyo, que está a punto de cumplir 21 años de existencia.
Patricia Milesi y Ángel Cichero en la presentación de Orillas (Ibarra-Castañeda)
La evolución, principios de la elección estética de Cichero: “Se buscó profesionalizar una estética tradicional hacia la del ballet; me gustaba la cuestión creativa coreográfica, si bien tengo un respeto por la tradición y es donde sustento mi identidad folclórica; me gusta lo creativo, ¿cómo hacer coreografía respetando la esencia?, y a la vez dar una imagen diferente, personal, una elección estética. Fui por ese lado. Se fue unificando el vestuario, había una caracterización de lo corporal, para hablar de ballet es necesario hablar de una definición corporal que no te da lo tradicional, sí el clásico o el contemporáneo; las pretensiones eran grandes. Se votó entre los integrantes el nombre y se eligió Amanecer Gualeyo. Arrancamos en el segundo semestre del 96. El año pasado para la fecha en que se cumplían los 20 años, compartíamos el Coral 2016 de Nora Ferrando, y entonces el espectáculo de festejo, hoy 21, quedó para este año: el 14 de octubre en el Teatro Italia. En definitiva tuvimos la suerte de haber sido reconocidos, que era quizás aquello que buscaba desde chico”.
Alrededor de Amanecer Gualeyo Ángel le saca punta a la reflexión: “A veces me pregunto por dónde va el objetivo personal: hay una lucha permanente con uno mismo, por la parte creativa, y por los tiempos, sigo trabajando en un taller buscando el sustento. Uno por ahí quisiera haber sido mejor bailarín o tener mejores herramientas, y a la vez nunca claudicó frente al compromiso. Tengo un grupo, se formó, hoy el ballet tiene personería jurídica, y todo lleva su tiempo. Creo que nos hemos ganado un respeto, pero no sé si nos valoran, porque todo es una lucha”.
En las palabras de Cichero aparece como constante el compromiso con su hacer; se le nota que no es de los que adhieren a esa distancia que puede opacar un oficio, el desafío se enfrenta siempre en cercanía, como cuando baila un chamamé: “Salgamos del ‘masomenismo’ gualeyo, no nivelemos para abajo; lo del ‘masomenismo’ lo escuché por ahí, y lo difundo porque creo que en Gualeguay hay mucho talento, pero muchos se conforman con un aplauso. Yo te aplaudo, pero vos sabés que podés dar más, ¿qué hacés con ese aplauso?, ¿te lo crees o le pertenece a otro que está al lado tuyo? Como más o menos te aplauden igual, ya está. Y acá, en esta ciudad, aparecen las ideas que después exportamos, ¿y para cuándo Gualeguay?”.
¿Y qué decir de los caminos de la identidad?: “Cuanto más lejos estamos de Buenos Aires mayor es el orgullo de la pertenencia, de ser; estamos contagiados y miramos siempre para allá. Pero a pesar de esta lucha diaria, está la vocación de hacer lo que a uno le gusta. Entonces uno se reinventa. Todo empieza en la identidad, el conocimiento. Podés agregarle instrumentos a un chamamé, pero tiene que seguir sonando chamamé. Desde la danza tenemos que cuidar la forma, porque nos seguimos vistiendo de gauchos; la línea coreográfica tiene que ver con la línea musical y la de vestuario: esa música es la base para construir el patrón de la imagen. Y después la idea coreográfica puede enriquecerse con los aportes del bailarín”.
20 Años en el Teatro Italia: 14/1072017
El trabajador de la cultura, y aún más aquella persona que a través de un oficio, de una búsqueda, intenta ganarse el beso de la damisela arisca del arte, sueña a veces con poder contar con el tiempo y los medios necesarios para desarrollar su parada. Tener tiempo para mejor encontrarse frente a las exigencias, las búsquedas, las dudas: el esfuerzo de cada día entre los pliegues donde se mueven sus almas creativas; ese laborar silencioso, íntimo, que decide el tenor de la jugada riesgosa que no da diploma, que pide el compromiso de una vida toda y que, a cambio, la mayoría de las veces, tal vez deje a la vista, y con felicidad, el trabajo sincero realizado a través de los días. El arte siempre estará por verse, siempre será un tema de mañana. Este mismo trabajador es el que estará obligado a desarrollar, al mismo tiempo, otra tarea para ganarse la moneda que le permita cubrir sus necesidades primarias, y para además destinar parte de esa moneda a la realización de su oficio, el que sí define su identidad, esa patria interna no negociable. También este trabajador, y todo dentro de los mismos días de esta única vida, deberá enfrentar, estará obligado a ello, la manera de entender la cultura desde las alturas del poder. Porque distinta será la suerte a correr cuando el trabajador no participa de las coordenadas establecidas, las maneras convenidas y convenientes de leer la cultura. Desde el mundo globalizado, desde los centros direccionales, llámese Europa o Estados Unidos, la directiva es, precisamente, la uniformidad del paisaje: global, preestablecido, y esto no tiene nada que ver con quien trabaja en la cultura para contribuir a la memoria de una aldea, de una provincia, un país, una región: la famosa identidad cultural. Primero entonces los países del más allá, y luego nuestro centro histórico: la ciudad de Buenos Aires, y esos ojos que la mayoría de las veces no ven más allá de su ombligo. Se rompe el cerco cuando la propuesta apunta a la facturación desde temprano, cuando el alimento balanceado para pollos conviene; y entonces, lo dicho, difícil será la parada sincera de hombres creadores, como Ángel Oscar Cichero, que se emocionan frente al compromiso; esos hombres que siguen golpeando las puertas del sistema para que muchos confundidos se den cuenta de que la patria, la pertenencia, la identidad, se celebran de adentro para afuera. Cichero no dispone de todo el tiempo, de toda la libertad, pero quizás en esas limitaciones se encuentre su fortaleza. A veces con el corazón en la boca, a veces jodido, pero nunca derrotado. Mientras tanto sigue de Amanecer Gualeyo, lo dicho: un desafío que cuenta con mayoría de edad.

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