Sobre
el escenario de la charla con Ángel Oscar Cichero (1974) sale a escena, primer
cuadro, la necesidad de contarse, y de contar, su lugar en el mundo: historias,
músicas, dibujos y colores; contar la memoria de la aldea natal: la ciudad/río
de Gualeguay habitando el mapa de la imaginería entrerriana. ¿Cómo cuenta
Cichero?, a través de la vida de su criatura, el ballet: Amanecer Gualeyo, un quehacer
cotidiano que ya lleva 21 años en el paisaje.
Ángel Cichero en Caseros, Entre Ríos. |
Los
primeros movimientos de Ángel Oscar: “Hice jardín y primaria en la Chiclana, y ahí
regresé de grande, ya hace un tiempo, a dar clases; la secundaria en la
Comercio. Bailaba folclore desde chico, en la clase de música, escuela
primaria, desde los 7/8 años. Y por Gualeguay andaba Juan Francisco Berisso,
que era un hombre que se dedicaba, sobre todo, los domingos, en una chata Ford,
a recorrer todos los barrios; juntaba gurises y los llevaba al club Sportiva;
ahí enseñaba baile, folclore tradicional; los destacados iban a la peña semanal
El Estribo, que tenía como sede el club. En la escuela, para las fiestas
patrias, como sabían que yo tenía alguna formación, era: ‘baila Cichero’. No sé
cuándo me di cuenta de que el baile era algo que no podía dejar de hacer. Era
fuerte en el barrio jugar a la pelota, también ir a pescar o jugar a la
figurita, pero siempre estuvo presente el baile, que no era compartido por el
resto de los amigos. Me miraban raro en la escuela, en el barrio, y ahí se
producía una contraposición: uno se quería encontrar con esa identidad reconocida,
pero estaban los amigos. En cambio, aprendiendo folclore era uno más. Bailando
sentía también que me reconocían, que me aceptaban; eran mis herramientas. En
esta academia para niños que llevaba adelante el Negro Berisso, competíamos en
Bovril, en el Festival Provincial del Gurí Entrerriano; ahí, con Ana Lina
Naufal, ganamos el primer premio en zamba, por el 84. Ese fue un quiebre, por
ahí, a esa edad uno se colgó del premio; tal vez haya sido ahí que pude decir:
bueno, esto es lo mío. Empezó a aflorar la idea de que no era solo un baile, pero
no estaba ni cerca de entender el compromiso cultural. El baile era como jugar
a la pelota, que no faltara. A esa altura, si me ninguneaban porque bailaba, me
les reía. Además tenía problemas de vista, jugábamos en la calle a la paleta,
mi abuelo fue fundador del Club Pelota, pero yo no veía la pelotita; también
soñaba con ser aviador, y cuando fui a Buenos Aires a estudiar a la UBA, no veía
los números de los colectivos; entonces no era raro que uno se refugiara donde
la vista no traía problemas. Eso sí, con lentes de contacto, me recibí de
piloto en el aeroclub. Después apareció el boliche, y yo iba exclusivamente a
bailar; si no bailaba, me iba”.
Formación,
mandatos sociales, Buenos Aires y vuelta a la ciudad/río, los caminos de la
vida: “Cuando me fui a Buenos Aires ya era profesor de folclore; mientras hacía
el secundario vino un profesor de Diamante, Claudio Cerpa, que traía la oportunidad
de que los chicos que bailaban se formaran como profesores de danzas
folclóricas: 4 años. Lo hice. Para entonces ya había un compromiso cultural. El
Negro Berisso estaba viejo, dejó la peña, y entonces empezó a pasar: ‘¿Qué
hacemos con esto?’. Con gente de El Estribo se formó el grupo El Reencuentro.
Cuando me fui a Buenos Aires lo hice con algo pendiente, no había funcionado el
grupo, y en Gualeguay no había un espacio para la danza. En la gran ciudad quise
estudiar ingeniería electrónica, me gustaban los cables; estuve un año en el
ciclo básico, pero no me supe adaptar a Buenos Aires, y no tenía el nivel de
formación secundaria que necesitaba, era más o menos como no ver. Cuando regresé
a Gualeguay me anoté para estudiar analista de sistemas en la Comercio, por el
mandato familiar de estudiar. Y vine a trabajar en el taller mecánico de mi
viejo”.
Amanecer Gualeyo en Maciá 2017 |
Cuando
Ángel estaba terminando la carrera, Julieta Reynoso, una compañera del
profesorado de danza, le comunicó que Raquel Orgambide, directora departamental
de escuelas, junto a Silvia Ronconi, la habían convocado para formar un grupo
de danza representativo de la ciudad; y que ella pensaba que quien debía jugarse
en semejante desafío era: él: Cichero, el mismo hombre que trabajaba de día en
el taller del viejo y que estudiaba de noche, o sea, un ciudadano modelo.
Cuando fue a la entrevista, luego de pasar por un patio lleno de alumnos y
docentes, le informaron de la intención: un grupo sostenido económicamente por
el Municipio. Fue luego de asegurarle que iba a poder afrontar la tarea, que las
damas le informaron -después de que Ángel preguntara cuándo había que empezar-
que las clases comenzaban: ‘ya mismo’. La gente del patio esperaba al profesor.
Con ropa de taller mecánico dio su primera clase. Este espacio se generó como un
taller de la Dirección de jóvenes y adultos de la Provincia. Este hecho, y luego
la formación de dicho grupo fue el antecedente fundacional del ballet Amanecer
Gualeyo, que está a punto de cumplir 21 años de existencia.
Patricia Milesi y Ángel Cichero en la presentación de Orillas (Ibarra-Castañeda) |
La
evolución, principios de la elección estética de Cichero: “Se buscó
profesionalizar una estética tradicional hacia la del ballet; me gustaba la
cuestión creativa coreográfica, si bien tengo un respeto por la tradición y es
donde sustento mi identidad folclórica; me gusta lo creativo, ¿cómo hacer
coreografía respetando la esencia?, y a la vez dar una imagen diferente,
personal, una elección estética. Fui por ese lado. Se fue unificando el
vestuario, había una caracterización de lo corporal, para hablar de ballet es
necesario hablar de una definición corporal que no te da lo tradicional, sí el
clásico o el contemporáneo; las pretensiones eran grandes. Se votó entre los
integrantes el nombre y se eligió Amanecer Gualeyo. Arrancamos en el segundo
semestre del 96. El año pasado para la fecha en que se cumplían los 20 años, compartíamos
el Coral 2016 de Nora Ferrando, y entonces el espectáculo de festejo, hoy 21, quedó
para este año: el 14 de octubre en el Teatro Italia. En definitiva tuvimos la
suerte de haber sido reconocidos, que era quizás aquello que buscaba desde
chico”.
Alrededor
de Amanecer Gualeyo Ángel le saca punta a la reflexión: “A veces me pregunto
por dónde va el objetivo personal: hay una lucha permanente con uno mismo, por
la parte creativa, y por los tiempos, sigo trabajando en un taller buscando el
sustento. Uno por ahí quisiera haber sido mejor bailarín o tener mejores
herramientas, y a la vez nunca claudicó frente al compromiso. Tengo un grupo,
se formó, hoy el ballet tiene personería jurídica, y todo lleva su tiempo. Creo
que nos hemos ganado un respeto, pero no sé si nos valoran, porque todo es una
lucha”.
En
las palabras de Cichero aparece como constante el compromiso con su hacer; se
le nota que no es de los que adhieren a esa distancia que puede opacar un
oficio, el desafío se enfrenta siempre en cercanía, como cuando baila un
chamamé: “Salgamos del ‘masomenismo’ gualeyo, no nivelemos para abajo; lo del
‘masomenismo’ lo escuché por ahí, y lo difundo porque creo que en Gualeguay hay
mucho talento, pero muchos se conforman con un aplauso. Yo te aplaudo, pero vos
sabés que podés dar más, ¿qué hacés con ese aplauso?, ¿te lo crees o le
pertenece a otro que está al lado tuyo? Como más o menos te aplauden igual, ya
está. Y acá, en esta ciudad, aparecen las ideas que después exportamos, ¿y para
cuándo Gualeguay?”.
¿Y
qué decir de los caminos de la identidad?: “Cuanto más lejos estamos de Buenos
Aires mayor es el orgullo de la pertenencia, de ser; estamos contagiados y
miramos siempre para allá. Pero a pesar de esta lucha diaria, está la vocación
de hacer lo que a uno le gusta. Entonces uno se reinventa. Todo empieza en la
identidad, el conocimiento. Podés agregarle instrumentos a un chamamé, pero
tiene que seguir sonando chamamé. Desde la danza tenemos que cuidar la forma,
porque nos seguimos vistiendo de gauchos; la línea coreográfica tiene que ver
con la línea musical y la de vestuario: esa música es la base para construir el
patrón de la imagen. Y después la idea coreográfica puede enriquecerse con los
aportes del bailarín”.
20 Años en el Teatro Italia: 14/1072017 |
El
trabajador de la cultura, y aún más aquella persona que a través de un oficio,
de una búsqueda, intenta ganarse el beso de la damisela arisca del arte, sueña
a veces con poder contar con el tiempo y los medios necesarios para desarrollar
su parada. Tener tiempo para mejor encontrarse frente a las exigencias, las
búsquedas, las dudas: el esfuerzo de cada día entre los pliegues donde se
mueven sus almas creativas; ese laborar silencioso, íntimo, que decide el tenor
de la jugada riesgosa que no da diploma, que pide el compromiso de una vida
toda y que, a cambio, la mayoría de las veces, tal vez deje a la vista, y con
felicidad, el trabajo sincero realizado a través de los días. El arte siempre
estará por verse, siempre será un tema de mañana. Este mismo trabajador es el
que estará obligado a desarrollar, al mismo tiempo, otra tarea para ganarse la
moneda que le permita cubrir sus necesidades primarias, y para además destinar
parte de esa moneda a la realización de su oficio, el que sí define su
identidad, esa patria interna no negociable. También este trabajador, y todo
dentro de los mismos días de esta única vida, deberá enfrentar, estará obligado
a ello, la manera de entender la cultura desde las alturas del poder. Porque
distinta será la suerte a correr cuando el trabajador no participa de las
coordenadas establecidas, las maneras convenidas y convenientes de leer la
cultura. Desde el mundo globalizado, desde los centros direccionales, llámese
Europa o Estados Unidos, la directiva es, precisamente, la uniformidad del
paisaje: global, preestablecido, y esto no tiene nada que ver con quien trabaja
en la cultura para contribuir a la memoria de una aldea, de una provincia, un
país, una región: la famosa identidad cultural. Primero entonces los países del
más allá, y luego nuestro centro histórico: la ciudad de Buenos Aires, y esos
ojos que la mayoría de las veces no ven más allá de su ombligo. Se rompe el
cerco cuando la propuesta apunta a la facturación desde temprano, cuando el
alimento balanceado para pollos conviene; y entonces, lo dicho, difícil será la
parada sincera de hombres creadores, como Ángel Oscar Cichero, que se emocionan
frente al compromiso; esos hombres que siguen golpeando las puertas del sistema
para que muchos confundidos se den cuenta de que la patria, la pertenencia, la
identidad, se celebran de adentro para afuera. Cichero no dispone de todo el
tiempo, de toda la libertad, pero quizás en esas limitaciones se encuentre su
fortaleza. A veces con el corazón en la boca, a veces jodido, pero nunca
derrotado. Mientras tanto sigue de Amanecer Gualeyo, lo dicho: un desafío que
cuenta con mayoría de edad.
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