domingo, 30 de julio de 2017

Martín Lucero: dibujar en Gualeguay

Viernes por la tarde. Martín Lucero (1978), artista plástico de esta ciudad/río de Gualeguay, trabaja en el mural ubicado sobre la pared de uno de los refugios de la bicisenda, en las cercanías de la bajada hacia el hotel Ahonikenk. Fue uno de los ganadores del “Concurso Murales Gualeguay” organizado por el Municipio. Lo ayudan sus dos hijos. El dibujo y la pintura como instancia de reunión familiar, de manos a la obra, como el relato que aparece en el mural: distintas manos fundando la esencia de reunión y amistad alrededor de la galleta gualeya y el mate. Martín trabaja con alegría frente a las personas que pasan caminando y lo saludan. Se siente cómodo en Gualeguay, le gusta el contacto con la gente y que esta demuestre su interés. El ruido ocasionado por el tránsito en la ruta se mezcla con sus palabras. Se acerca a la pared, pinta y regresa: habla, hace memoria.
Es cuidadoso con “la palabra”: “Nunca me llamo artista, es una palabra que considero muy importante, no la utilizo con liviandad”. Afirma sentirse más cómodo siendo dibujante, una persona más dentro del oficio. Sugiero: trabajador de la cultura. Acepta.
Pregunto a Martín qué significa en su vida la práctica del dibujo y la pintura. Martín lleva la respuesta hacia su historia y sus elecciones, las de ayer y las de hoy: “Es uno de mis placeres. Disfruto mucho de dibujar. Ante todo soy del dibujo. Practico lo que tiene que ver con la pintura especialmente en los murales. Mi acercamiento fue más al lápiz que a la pintura. Al principio trabajaba mucho la línea, después comencé con el volumen, con materiales como la carbonilla o lápices. Trabajaba el blanco y negro o el monocromático; ahora me estoy animando más al color en el dibujo, como en la serie que hago sobre la infancia y los juegos, es una de mis primeras incursiones en color y dibujo. Sigo con la línea en negro, los espacios en blanco, también las tramas, hoy se agregan las zonas de color”.
Detalles de su historia: “Es un placer porque ya desde chico me gustaba dibujar, igual en la adolescencia; en esos tiempos nunca fui a aprender a ningún lugar. Lo hacía porque me gustaba, por inquietud. Me llamaban la atención las ilustraciones en libros y revistas, los dibujos animados; cuando era muy chico me lo pasaba mirando y trataba de llevar el dibujo animado al papel. O veía series de tv y las llevaba al formato de historieta. También me interesaba ver, y me sigue pasando, cuando en algún programa o en un documental, muestran la vida de un dibujante, cómo trabajaba; así aprendí mucho, me fascina. De arte empecé a conocer más en la adolescencia; recuerdo que en casa de unos amigos había unos libros y en uno descubrí a Salvador Dalí; lo que había visto hasta ahí tenía que ver con la figura del Renacimiento o los impresionistas. Dalí era ver la realidad de otra manera, con más fantasía, otros colores; descubrí que había otro tipo de arte. Entonces llegué a Picasso, a Leonardo Da Vinci. Pero siempre me atrajeron los dibujantes, y principalmente de historietas, como: Alberto Breccia y Hugo Pratt, que trabajan mucho la línea, el blanco y negro, los claroscuros. Cuando terminé la secundaria empecé el profesorado de artes visuales; conocí más de arte, y de técnicas que desconocía: grabado, escultura; me interesó mucho lo tridimensional, no me he expresado mucho por ese lado, pero me gusta”.
Martín Lucero en SAAP (Sociedad Argentina de Artistas Plásticos) Buenos Aires
Todo trabajador de un oficio considerado habitante de los territorios esquivos del arte, guarda algunos recuerdos, imágenes, momentos, que de alguna manera terminaron de abrir la puerta para salir a jugar. La memoria de Martín Lucero señala: “Hay tres recuerdos que tienen que ver con artistas. Era chico y recuerdo haber entrado a la zapatería de los Bichilani. A la izquierda había una habitación con la puerta abierta. En su interior estaba Asef pintando; lo miré con atención, y me quedó esa imagen. Después, más grande, recuerdo una visita al taller de Derlis Maddonni; me incentivó muchísimo, fue una charla; me invitó a la casa, me mostró obra, le llevé unos dibujos. Y hay otra presencia, un artista que hoy por ahí no ejerce tanto o al que se lo tiene, ante todo, por músico: Cary Pico, un dibujante impresionante”.
Pregunto por la historia cultural de la ciudad/río de Gualeguay, y muy especialmente por aquellos notables de la plástica, ¿cómo es dibujar y pintar en la cuna de tantos destacados?: “Es similar a lo que les pasa a los hijos de los famosos, hay una presión de la obra del padre. A nosotros, los gualeyos en el arte, nos pasa algo así. De fondo, la historia ejerce cierta presión, pero por otro lado incentiva. Esto último es, creo, lo que queda como resultante frente al patrimonio que tenemos. Me encanta Cachete González, Maddonni. Su presencia es un incentivo para no dejar caer la historia, no sé si para igualarla, eso se verá. Importa que siga habiendo gente con ganas de hacer y lo exprese”.
Mi consulta ahora tiene que ver con aquellos artistas gualeyos que están transitando el presente, ¿cómo es que se encuentran entre pares?: “El trabajo actual lo empecé a ver en estas muestras o concursos en el Quirós; es decir, todos sabemos que estamos trabajando, pero no estamos al tanto de lo que hace cada uno; hacía mucho que no mostrábamos obra. Hay variedad y buen nivel”. ¿Es como era ayer?: “Antes creo que los artistas se visitaban y se enseñaban los trabajos, hoy eso está un poco perdido. No me pasa. Por ahí será por el origen mismo de la actividad: el primer momento es en soledad, después uno sale a mostrar o compartir. Pero hoy eso no se da, hoy la cuestión es más solitaria”.
Imposible no preguntar por la dama: ¿cómo te llevás con la soledad? Martín contestó mientras hablaba de su receta: “Me encanta la soledad en los momentos en que dibujo, a la noche y hasta la madrugada. Solo. Pongo música: folclore, rock, tuve mi época Piazzolla. Trabajo por impulso, no soy constante. Se agrega que trabajando además de lunes a viernes de profesor de plástica, pensás en la noche del viernes o el sábado para hacer lo propio, pero a veces la cabeza no me da, y no llego a las ganas. Me impongo dedicarme al dibujo al menos dos veces a la semana. Me cuesta, pero no quiero relegar este trabajo por más tiempo. La docencia es mucha demanda. Por esta razón también respeto la palabra ‘artista’, exige una mayor dedicación. Por ahí paso unos meses sin hacer nada, y de repente una noche estoy 4 horas dibujando. Y también funciono cuando estoy un poco contra reloj, como en la entrega del proyecto para este mural. Son mis modos de trabajar. No creo en forzar demasiado el trabajo en el arte, tiene que fluir”.
Martín Lucero, docente: “Soy profesor en artes visuales. Doy clases en Villa Paranacito. Hay en los alumnos cierta apatía; es muy difícil encontrar algo que a ellos los entusiasme. En mi materia ya no solo se aborda la bidimensión: dibujo y pintura, lo básico; uno trabaja el video, el cine; desde los celulares se pueden abordar más disciplinas, entonces mi materia tiene eso de positivo en estos tiempos; y ellos saben más de tecnología que nosotros. Disfruto el momento de dar clase porque siento que transmito los conocimientos con cierta pasión, porque es mi pasión; uno se daba cuenta cuando tenía un profesor al que le gustaba su materia, y no que la daba porque la daba. En este sentido soy un privilegiado, enseño lo que me gusta. Después está el sistema educativo, hay cosas que no me gustan, que me incomodan, pero lo que más importa es la transmisión de conocimientos a través de una perspectiva nueva. Hoy es necesario alfabetizar en el tema imagen, el mundo se mueve en imágenes a gran velocidad. Mis alumnos son pibes entre 12 y 16 años. Hay logros contra la apatía, pero hay chicos que no tienen entusiasmo por ninguna materia. Hay un desfasaje en la educación actual, no todos los métodos, pero algunos han quedado a destiempo. El paisaje físico y algunos métodos se mantienen desde hace 100 años, y las personas son distintas”.
Lucero dibujando en un bar.
Lucero trabaja en una serie sobre la infancia. Varias de esas obras las expuso recientemente en el Quirós: “Tuve una infancia feliz, con buenos momentos. Me gusta trabajar con la figura humana y los rostros; les presto atención a los chicos, y tuve que trabajar para la tapa del disco del Chango Ibarra: ‘Asoliáu’: la idea era la de un nene caminando; de esa vez me quedaron bocetos, los retomé al tiempo y los trabajé: los cuerpos de los chicos dirigidos hacia los juegos de mi época, así surgió la serie”. El Chango Ibarra como motor de proyectos. Primero junto a Lucero y otros dibujantes, y junto a Mauricio Echegaray, el encargado de filmar el cortometraje “Serenata por los bares de Gualeguay” (2015), que registra la caravana del Chango en la noche avisando a través de la música la aparición de su disco. Recuerda Martín: “Muy pocas veces dibujé en público, solo cuando doy clases, en el pizarrón; y esa vez que Chango me invitó a participar de la caravana por los bares: ellos tocaban, Mauricio filmaba, y yo, entre otros, hacía el registro en dibujos. Fue una experiencia que valoré un montón, un incentivo y hacía rato que no tomaba registro en vivo. Fue lindo saber de la reacción de la gente al verse dibujados. Toda esa idea fue del Chango. Participé como baterista junto al Chango en un conjunto, y Mauricio tocaba la guitarra y cantaba. Nos conocemos desde la adolescencia, y este fue un reencuentro artístico muy bueno”. El último proyecto del Chango, esta vez junto a Fabricio Castañeda, es el disco “Orillas”: cada tema tuvo un plástico invitado: Martín Lucero se hizo cargo de “Ramoncito Muñoz, el angelito del monte”.
En “Serenata…” de Echegaray se puede descubrir a Lucero dibujando a la vista de los parroquianos. Se lo ve sereno en su quehacer mientras el mundo transcurre a paso seguro, y es esa misma serenidad la que me transmitió pintando a la orilla de la ruta. En el negro del trazo del lápiz o en la pintura, Martín, dibujante figurativo (que a veces juega a la abstracción en los fondos -donde la cuestión del segundo plano la resuelve con el o los colores elegidos-), dibujante con al menos dos sintonías: una racional, medida, y la otra menos pensada, más instintiva, sugiere la existencia de un mundo en tranquilidad y disfrute, de vida dentro del buen silencio, dentro del encuentro.
Martín Lucero en el Museo Quirós

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