domingo, 2 de julio de 2017

La perdiz que mató Monsanto

La noticia se difundió en abril. Leí una nota del periodista Franco Spinetta en el diario Página/12. Un tribunal simbólico realizó un proceso contra la máxima productora mundial de herbicidas: la firma Monsanto, en octubre de 2016, en La Haya, siguiendo los mecanismos de la famosa Corte Penal Internacional que delibera en dicha ciudad. El juicio lo llevaron a cabo cinco jueces de distintos países (la senegalesa Dior Fall Sow (consultora de la Corte Penal Internacional), el mexicano Jorge Fernández Souza (Magistrado del Tribunal de lo Contencioso Administrativo de México), el canadiense Steven Shrybman y la belga Françoise Tulkens (ex jueza del Tribunal Europeo de Derechos Humanos); el quinto juez es argentino: la jurista mendocina Eleonora Lamm. El fallo no tiene validez legal, pero podría ser usado en juicios a desarrollarse en los países que están siendo afectados por los herbicidas que fabrica dicha empresa. Dijo Lamm: “Las aseveraciones del Tribunal pueden utilizarse en los juicios de cada país, las pruebas sientan un precedente porque están jurídica y científicamente probadas”. (…) “Este tribunal es producto de una iniciativa popular y como tal la opinión consultiva está en manos de la sociedad; ahora depende de todos apropiársela, difundirla”. Lamm destacó que en la: “(…) disyuntiva entre derechos económicos de la empresa y los derechos humanos, el acento tiene que ponerse en los derechos humanos. Si se sigue haciendo prevalecer los derechos económicos de las corporaciones, los perjudicados son los derechos de la población”. Dijo Lamm sobre la presencia de Monsanto en la Argentina, que en el país hay una “legislación avanzada” a favor de los derechos ambientales (existe una Ley General del Ambiente): “Es una base sólida, sin embargo no existen políticas para aplicar y hacer efectiva esta legislación. La opinión consultiva puede influir para hacer efectiva estas leyes y porque, si bien algunas provincias habían limitado el uso del glifosato, otras no han dispuesto nada y muchas no son regulaciones buenas. En la Ciudad de Buenos Aires se prohíbe el glifosato en lugares públicos, ¿pero qué sucede en los ámbitos privados?”.
Franco Spinetta escribe: “(…) El Tribunal consideró a la empresa responsable de ‘ecocidio’, entendiendo esa figura como la de ‘causar daño severo o destruir el medioambiente para alterar de forma significativa y duradera los bienes comunes o servicios del ecosistema de los cuales ciertos grupos humanos dependen’, e instó a Naciones Unidas a incorporarlo como delito penal al Estatuto de Roma que rige a la Corte Penal Internacional de La Haya. Además exigió que las empresas y corporaciones sean consideradas sujetas al derecho internacional, con responsabilidad civil y penal. (…)”.
Así están las cosas, luego del análisis de más de 30 testimonios de investigadores, médicos, científicos y víctimas de Monsanto, en medio de la guerra iniciada con semillas transgénicas y glifosato.
La doctora Lamm habla de “apropiarse la opinión” del Tribunal, y pienso: sí, claro, sumar esta sustancia a aquello que uno viene sabiendo sobre la cuestión que hace ya un tiempo repta de manera maliciosa entre los hombres. Fue cuando recordé al poeta entrerriano Ricardo Maldonado, cuando me dije que sí, que hay que apropiarse de opiniones justas, y que podemos, por ejemplo, en esto del buen apropiar: apropiarnos de la poesía. Maldonado es autor del libro de poemas: “La perdiz que mató Monsanto” (2015). Una lectura que guardo desde su publicación, y a la que volví hace unos días; el libro abre con el poema “Doy cuenta”; se lee en algunas de sus líneas: “Doy cuenta de cuando respiraba los siete colores / la perdiz que mató Monsanto, / del agua que subía por caballos y helechos / antes de su vómito de peces muertos. / Tirados por ahí, como barajas sin juego, / los atardeceres, las pocas frases del aire en hospicio. // (…) Pesa el infortunado vals sin parejas, / ahora que la pista está vacía de latidos / y de una hectárea a otra pasea la portera del infierno. // Peina el piano espectral de una brisa sin zorzales / sobre el terrón que mordió el dólar / para probar la verídica consistencia del oro sin gente”.
Maldonado, como hombre poeta, trabaja de manera notable la palabra y sus construcciones, lo hace como cada vez que labora el entramado de sueño y realidad mirado por el trabajador, sensible y emotivo, dueño de la palabra que rescata las pistas esenciales de la memoria: de aquello que fue y que sigue siendo desde los recuerdos; y para, desde estas presencias añoradas, señalar las roturas, los quiebres del paisaje y sus criaturas. Los hombres dicen en estas líneas del poema “Habrá que abrigarse”: “(…) Somos los últimos testigos de lo que nunca más / alumbrará estas lomas y estos arroyos; / los dolorosos, los penitentes, / los estigmatizados, los rebeldes solitarios, / los que llevamos en las pupilas, en las papilas, / en los tactos temblorosos de la memoria, este mundo. // Somos los que damos fe de las existencias barridas / por la guerra de Monsanto, / por los gringos de avaricia incalculable. // Somos estos ojos que nunca olvidarán / la fecunda transparencia de esta tierra / cuando antes era”.
El poeta anota la totalidad del universo malsano y de extensiones aterradoras, posando la mirada de la palabra sobre las criaturas más pequeñas; una vez más en la poesía de Maldonado: su elección se centra en los desamparados de la historia. Porque sabemos de la existencia de la tierra arrasada, nos apropiamos de la imagen, pero cuánto pensamos en la fragilidad de las criaturas que vivían en esa tierra. A través de un certero minimalismo es desde donde el poeta cuenta la vasta tragedia en su libro. “Entre avanzar y volverse” es poema de silencios: “Duda entre avanzar y volverse; / cruzó rauda y dejó en una púa de alambre / un plumón de pelo, un delicado espanto; / y ahora, después de tanto campo a la descubierta, / de nulo espartillo, en doble intemperie parada / ventea con sus orejas, da consejos de radar, / trata de pasar al lado más fácil. // La leve criatura aparece desde su genuina esfera, / desde lo que le pertenece y le fue hurtado; aparece con su maravillosa lana redonda en el rabo, / con sus ojos de noche siempre despierta, / con su corazoncito al viento; / impregnada de salvajina aparece para el cuento de / ‘cierta vez una liebre en la ruta dubitaba / antes que el auto atroz del invasor pasara…’. // Un instante que fija su evidencia al sol: / animal de puras posteridades”. Al poema lo sigue: “Otro que iba a cruzar”: “(…) Lo envolvió una rueda y rodó como un guiñapo, / su maleta de huesos desbaratada. / Zorro en mala hora y mala pata. / Colas de zorro en los andariveles remachados / cerca de las vías de los puentes de los ingleses. / Sólo las colas transparentadas por agosto y septiembre / se admiten, el resto del cuerpo del zorro, inhabilitado /  para cruzar por esas clausuras donde reina el glifosato. (…)”.
Quizás el desafío mayor en la escritura sea lograr la mayor profundidad con la menor cantidad de palabras, en esto pensé cuando leí: “Algarrobo y cardenal”: “Uno solo el respetado, / los demás a la ceniza, / algarrobo confinado / no es su tierra donde pisa. // Uno solo el extraviado / cardenal que halló su gajo. / El horizonte raleado / llevó bandada y no trajo. // Algarrobo y cardenal, / juntos se prestan abrigo / cuando atormenta el sojal / y el cielo es sordo testigo. // Uno solo de señuelo, / de bandera y compasión. / La soledad del abuelo / cerrada en su corazón”.
Encontrar el zorzal en “De aquellos bordes”: “(…) De aquellos bordes donde ahora reina el chamuscado / atardecer de una tierra sin sonrisas; / y es tan serio el paisaje, tan sin rocío, / que los zorzales solo cantan / en las plazas de los pueblos, / o en el refugio último de los cementerios. // De aquellos bordes / hoy todas las aves son urbanas”.
En “La perdiz que mató Monsanto” hay otras memorias, en “Aquí está el ladrillo” dice el poeta: “(…) La escuela vieja de Montoya, / un pedazo de reboque rosado y triste / flota en el vacío del solar fumigado. / Toda la historia cabe en un ladrillo, / una palabra concreta de barro y fuego, / (…)”. Y está el hombre, la otra criatura, en “Cebadura”: “(…) Espera el minuto por el alto azul de los teros, / quiso llegar, se toca el aire una ausencia de lechuzas / combatidas por el agroquímico al entrar a sus cuevas. / Los ojos negros de otros siglos criollos / buscan una orientación… y allá un algarrobo / solo de soledad sola como el peón que lo mira / y con él son dos extraviados en el solar enajenado. (…)”.
Ricardo Maldonado habla de soledad y extravío, es este mundo triste un lugar donde triunfan las versiones malas de ambas sustancias; la soledad y el extravío de juerga sobre la tierra donde embucha la mala Parca al servicio de ciertos hombres. En el poema: “Quién sabe en qué sitio”: “(…) Se estremece el arco iris dador de criaturas / en cada parcela destinada a la soja / y aúllan de extravío las distancias deshabitadas. (…)”. El “arco iris dador de criaturas”, todo un hallazgo. En “Dos orillas” el poeta avisa: “(…) Mañana tendremos un nuevo coche fúnebre / con nombre de arroyo, y a nadie se le hará culpable / de esa desaparición forzada. // Habrá que esperar entonces / miles de años para otra encarnadura. (…)”.
Maldonado, como poeta, se apropia, a través de sus almas, de las pulsiones y rumores vitales de los paisajes donde detiene su mirada, donde le saca punta a su tinta creadora en estos tiempos difíciles; como poeta se apropia de la fundación de sus patrias internas no negociables: una manera de construir a diario su identidad.

Apropiarse (de la opinión y de la poesía) en humana ley es la recomendación para bien saber quiénes somos, para saber en qué vereda nos ubicamos cuando se trata de señalar el asesinato político del ecosistema y sus criaturas.

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