domingo, 2 de abril de 2017

Cachete González: muestra/homenaje en el Quirós

Vivo la ciudad/río de Gualeguay como un universo que me lleva a recordar “La casa en el límite” (1908), el clásico de la literatura fantástica escrito por William H. Hogdson. Con una diferencia. La susodicha casa de la novela resiste en medio de una amenaza de otro mundo, mientras que, en Gualeguay, “la ciudad en el límite”, la vida de frontera donde se toca el mundo de los vivos y el mundo fundado por los buenos fantasmas -los espíritus de  los que ya no están, y de los que sin embargo decidieron quedarse entre su gente-, esa cercanía, se desarrolla de manera agradecida dentro de la naturaleza de cada día. La memoria en la ciudad/río se manifiesta desde los encuentros amanecidos en la amistad.
Entonces la ciudad/río, su gente, tiene, cobija, abraza a sus buenos fantasmas. Uno de ellos, el fantasma notable del notable gualeyo que fue el grande artista plástico Roberto “Cachete” González acepta la invitación para la noche del 5 de abril en el Museo Quirós. Acepta, viene, estará presente. Acepta porque fue invitado, pero porque además: él todo lo presiente, por su condición de poeta del pincel, y por su eterna y mágica condición de fantasma en ronda. Sí, voy a estar junto a mi obra, dijo a este cronista.
Cachete por Alicia Schemper
El 5 de abril se inaugura una muestra/homenaje a Cachete González en el Museo Quirós. La idea de esta exposición viene “pintando” desde mediados del año pasado. El impulsor es el artista plástico Néstor Medrano, a cargo del área de cultura del Municipio. La manera de llevar adelante la muestra es la misma que estableciera la Sub-comisión de Cultura del Club Social para aquella exposición/homenaje a Cachete en 1998, llevada a cabo a meses de la muerte del artista. Para realizarla se pidió la colaboración de los vecinos de Gualeguay. Hay en la ciudad/río una buena cantidad de familias que tienen, entre sus tesoros, obra de Cachete. Es una buena idea para homenajearlo que muchos de los gualeyos con los que trabó charla y amistad, acercaran esos cuadros con motivo de la convocatoria alrededor de su memoria. Ocurrió en 1998, y ocurrirá en este 2017.
Cuando entrevisté, hace unos años ya, a Medrano, me contó de su encuentro con Cachete en Paraná: “(…) A Cachete lo conocí en una exposición. Me lo presentan, y viste que a veces te parece que a la persona la conocés de antes. Nos cruzábamos en la peatonal, y por ahí agarraba y me llevaba a la librería donde él compraba papeles. Me regalaba papeles de muy buena calidad. Una vez lo encontré acompañado del doctor Pocho Vírgala, que estuvo junto a Juan L. Ortiz en los últimos tiempos. Llego a una reunión de café, estaba Pocho, otro muchacho Morelli, y me quieren presentar a Cachete. Él dice: No, qué me van a presentar al Negrito, es un gran artista, y yo siempre le digo -y era cierto- que hoy no alcanza con ser un buen artista, además hay que parecerlo. Me lo decía en función de cómo uno se tiene que armar en este mundo. (…)”.
Junto a Medrano, en el armado de la muestra, aparece dando una mano, el plástico Vicente Cúneo. En una de mis primeras entrevistas en Gualeguay, dijo de Cachete: “(…) Yo le contaba que desde muy chico, en mi niñez en la calle, porque los juegos eran en la calle, en la vereda, con todos los vecinos, cosa que hoy, bueno, es triste ver que los chicos juegan con la pantalla y nada más, es más ficción que realidad, y la mía era, por ejemplo, la bolilla, la rayuela, y yo, terminaba la jornada y tenía la necesidad de dibujar, como me saliera: el dedo con la bolilla o los pibes jugando a la pelota. Cachete me decía que yo estaba marcado para este mundo de la plástica: ‘Vos tenés la necesidad de contar con este lenguaje’. Eran clases maravillosas cuando él me explicaba desde todo su saber cada una de las cosas. No era solamente probá este material, este papel, era entrarle a lo profundo del asunto. Bien sabemos que era un expresivo total, qué fuerza vital hay en sus trabajos, y lo sabía transmitir. A veces nos poníamos a mirar una revista de arte sobre Manet, y me hacía ver cómo este tipo metía la pintura, y a esa enseñanza se agregaban las anécdotas, la biografía, la época, pero importaba, por ejemplo, cómo había trabajado la luz. Yo atendía con un silencio respetuoso, y él pegaba bien en el centro de lo que yo quería y sigo queriendo, mi pasión por la pintura. Estar con él, en las circunstancias que fueran, en el lugar que fuera, era maravilloso, siempre había lugar para el aprendizaje. Me hacía ver la composición, la sección áurea, y a veces me lo hacía entender de una manera muy simple. (…) Cachete me enseñó a tomar apuntes casi como una gimnasia, tratando de conocer los objetos y grabando sus diferencias, para que cuando dibuje obtenga mayor libertad. No tuve una enseñanza académica, sí tuve una enseñanza de vida, todos los detalles los dábamos vuelta en medio del sentir del hombre, de la misión del hombre, temas profundos. Yo le tiraba mis interrogantes, y él se prendía y terminaba haciendo maravillas. Comprendí por qué yo renegaba con lo que dibujaba, lo comparaba, y pensaba que no servía para nada. Cachete me decía que no, que de alguna manera yo necesitaba dibujar y pintar, y que no importaba lo que hiciera por otro lado para ganarme la vida: ‘Importa sí, esto que hacés. Si a vos te parece, dejá todo a un lado, como si este mundo fuera por un costado, pero en realidad va por el centro, y dale la importancia cuando vos te sientas bien para dársela’. Tenía razón, después uno va buscando una manera, no metódica, una hora, un momento, hasta que termina haciendo, trabajando, y esto también implicó un aprendizaje. Cachete me dijo que el hecho de intentar pintar, dibujar, desarrollar la actividad plástica, no es sólo meterse en ese mundo, uno debe estar compenetrado con todo lo que va pasando en la cultura, y aprender quiénes son los mejores escritores, los músicos, para que el desarrollo sea general. (…)”.
Necesario es a esta altura del anuncio, establecer algunas pistas alrededor de la vida y obra de Cachete. Elijo citar un fragmento del libro que preparo sobre el artista. Su título: “Y la nave va (Una memoria de Roberto ‘Cachete’ González)”: “(…) Me enteré de otras circunstancias de la vida de Roberto ‘Cachete’ González a través del capítulo escrito por Patricia Míguez Iñarra en el libro ‘Formas y colores de Gualeguay’ (Ediciones del Clé-2004) de Nidya Rampoldi, Patricia Míguez Iñarra y Daniel A. Gabriel. Nació el 9 de febrero de 1928 en Gualeguay. Su madre fue Martina González, su padre lo abandonó antes de nacer. Vivió una infancia pobre, el padrastro lo sacó de la escuela para trabajar. Fue repartidor de leche, lustrabotas, vendedor ambulante de golosinas. En la adolescencia brilló como arquero en el club Estudiantes de Gualeguay; el Racing Club se interesó por el muchacho. Pero Cacho (Cachete es su derivación) ya tenía una persona a quien escuchar. Al entrar al Hogar Escuela San Juan Bosco conoció al maestro Roberto Epele. Él fue quien había alentado sus cualidades artísticas, y fue él quien lo puso frente a la disyuntiva: ¿la pintura o el fútbol?, el pibe eligió el arte y se quedó en su ciudad. En 1950 viajó a Buenos Aires. Al principio no la pasó nada bien, hasta durmió en la calle. Obtuvo luego una beca de la provincia de Entre Ríos para asistir al taller de Juan Carlos Castagnino. Después estudió con Emilio Pettoruti, el maestro no le cobraba, pesaba el afecto por el alumno. Más tarde estudió composición con la escultora Cecilia Marcovich. En la Facultad de Filosofía y Letras asistió a clases de Historia del Arte a cargo de Julio Payró. En 1955 expuso por primera vez en su ciudad, en la librería de Ernesto Hartkopf, un hombre de la cultura que convocaba alrededor de su librería a hombres de distintas disciplinas del arte. En 1957 obtiene la máxima distinción en el Salón Mar del Plata. En 1960 es becado por concurso por el gobierno de Entre Ríos para hacer un viaje a Europa. En 1963 fue invitado a la muestra ‘Juventud del mundo’, llevada a cabo en el Museo de Arte Moderno de París. En 1967 fue distinguido con el gran premio de honor en el salón María Calderón de la Barca. Obtuvo el gran premio Fondo Nacional de las Artes en 1971. Ilustró una publicación titulada ‘El mate’ (junto a pintores como Policastro, Castagnino, Berni), ‘El barón rampante’ de Italo Calvino, ‘Hombre al margen’ de Marco Denevi, el ‘Martín Fierro’ de José Hernández, ‘Tucumán al paso’ de Enrique Wernicke, ‘Sinfonía de la llanura’ de Hamlet Lima Quintana, ‘La sonrisa de Hiroshima’ de Eugen Jebeleanu (junto a Laxeiro, Soldi, Carlos Alonso). En 1993 organizó en Gualeguay la muestra Pintura Argentina. En 1996 fue designado padrino del IV Congreso de Artistas Plásticos de Entre Ríos, llevado a cabo en el Club Social de Gualeguay.
(…) Murió el 26 de enero de 1998 en Buenos Aires, enamorado de Lidya Tchira, retratista ella, con quien tuvo cuatro hijos. Tuvo amigos muy especiales, entre ellos: Juan L. Ortiz y Carlos Mastronardi, y también tuvo amistad con Cuchi Leguizamón, Mercedes Sosa, Osvaldo Pugliese, Carlos Alonso, Ernesto Sábato, Julio Payró, Hamlet Lima Quintana, Horacio Guaraní, Rómulo Macció, Armando Tejada Gómez, Luis Felipe Noé.
En octubre de 2012 hubo una muestra de sus pinturas en Hoy en el Arte. (…)”.
El Museo Quirós recibió obra de varias personas en préstamo. Los habitantes de la ciudad/río que colaboran con el Quirós son: Zélika Alarcón, Selva Maddonni, Federico Ántola, Julio Lescá, Raúl Lescá, Familia Argot-Ronconi, Familia Daneri-Gastaldi, Zulema Moran; y obras pertenecientes al Patrimonio de la Municipalidad.
Escribí en otro texto que Cachete nunca se olvidó de su origen: de clase, porque el pintor viene desde la nada, tan llena de riesgos, y de su lugar geográfico/afectivo: Gualeguay. No se olvidó nunca de que en el Hogar San Juan Bosco de Gualeguay había, hay, pibes pobres. Nunca olvidó a los amigos. Sembró su andar con cantidad de historias. Por eso la gente de sus lugares en el mundo: Gualeguay y Buenos Aires, nunca lo olvidaron. Esta muestra/homenaje, la manera de hacerla posible, convocada y realizada por su gente, cuenta de un abrazo de afecto y memoria.

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