Vivo la ciudad/río de Gualeguay como un universo que me lleva a recordar
“La casa en el límite” (1908), el clásico de la literatura fantástica escrito
por William H. Hogdson. Con una diferencia. La susodicha casa de la novela resiste
en medio de una amenaza de otro mundo, mientras que, en Gualeguay, “la ciudad
en el límite”, la vida de frontera donde se toca el mundo de los vivos y el
mundo fundado por los buenos fantasmas -los espíritus de los que ya no están, y de los que sin embargo decidieron
quedarse entre su gente-, esa cercanía, se desarrolla de manera agradecida dentro
de la naturaleza de cada día. La memoria en la ciudad/río se manifiesta desde los
encuentros amanecidos en la amistad.
Entonces la ciudad/río, su gente, tiene, cobija, abraza a sus buenos
fantasmas. Uno de ellos, el fantasma notable del notable gualeyo que fue el
grande artista plástico Roberto “Cachete” González acepta la invitación para la
noche del 5 de abril en el Museo Quirós. Acepta, viene, estará presente. Acepta
porque fue invitado, pero porque además: él todo lo presiente, por su condición
de poeta del pincel, y por su eterna y mágica condición de fantasma en ronda.
Sí, voy a estar junto a mi obra, dijo a este cronista.
Cachete por Alicia Schemper |
El 5 de abril se inaugura una muestra/homenaje a Cachete González en el
Museo Quirós. La idea de esta exposición viene “pintando” desde mediados del
año pasado. El impulsor es el artista plástico Néstor Medrano, a cargo del área
de cultura del Municipio. La manera de llevar adelante la muestra es la misma
que estableciera la Sub-comisión de Cultura del Club Social para aquella
exposición/homenaje a Cachete en 1998, llevada a cabo a meses de la muerte del
artista. Para realizarla se pidió la colaboración de los vecinos de Gualeguay.
Hay en la ciudad/río una buena cantidad de familias que tienen, entre sus
tesoros, obra de Cachete. Es una buena idea para homenajearlo que muchos de los
gualeyos con los que trabó charla y amistad, acercaran esos cuadros con motivo
de la convocatoria alrededor de su memoria. Ocurrió en 1998, y ocurrirá en este
2017.
Cuando entrevisté, hace unos años ya, a Medrano, me contó de su
encuentro con Cachete en Paraná: “(…) A Cachete lo conocí en una exposición. Me
lo presentan, y viste que a veces te parece que a la persona la conocés de
antes. Nos cruzábamos en la peatonal, y por ahí agarraba y me llevaba a la
librería donde él compraba papeles. Me regalaba papeles de muy buena calidad.
Una vez lo encontré acompañado del doctor Pocho Vírgala, que estuvo junto a
Juan L. Ortiz en los últimos tiempos. Llego a una reunión de café, estaba
Pocho, otro muchacho Morelli, y me quieren presentar a Cachete. Él dice: No,
qué me van a presentar al Negrito, es un gran artista, y yo siempre le digo -y
era cierto- que hoy no alcanza con ser un buen artista, además hay que
parecerlo. Me lo decía en función de cómo uno se tiene que armar en este mundo.
(…)”.
Junto a Medrano, en el armado de la muestra, aparece dando una mano, el
plástico Vicente Cúneo. En una de mis primeras entrevistas en Gualeguay, dijo de
Cachete: “(…) Yo le contaba que desde muy chico, en mi niñez en la calle,
porque los juegos eran en la calle, en la vereda, con todos los vecinos, cosa
que hoy, bueno, es triste ver que los chicos juegan con la pantalla y nada más,
es más ficción que realidad, y la mía era, por ejemplo, la bolilla, la rayuela,
y yo, terminaba la jornada y tenía la necesidad de dibujar, como me saliera: el
dedo con la bolilla o los pibes jugando a la pelota. Cachete me decía que yo
estaba marcado para este mundo de la plástica: ‘Vos tenés la necesidad de
contar con este lenguaje’. Eran clases maravillosas cuando él me explicaba
desde todo su saber cada una de las cosas. No era solamente probá este
material, este papel, era entrarle a lo profundo del asunto. Bien sabemos que
era un expresivo total, qué fuerza vital hay en sus trabajos, y lo sabía
transmitir. A veces nos poníamos a mirar una revista de arte sobre Manet, y me
hacía ver cómo este tipo metía la pintura, y a esa enseñanza se agregaban las
anécdotas, la biografía, la época, pero importaba, por ejemplo, cómo había
trabajado la luz. Yo atendía con un silencio respetuoso, y él pegaba bien en el
centro de lo que yo quería y sigo queriendo, mi pasión por la pintura. Estar
con él, en las circunstancias que fueran, en el lugar que fuera, era
maravilloso, siempre había lugar para el aprendizaje. Me hacía ver la
composición, la sección áurea, y a veces me lo hacía entender de una manera muy
simple. (…) Cachete me enseñó a tomar apuntes casi como una gimnasia, tratando
de conocer los objetos y grabando sus diferencias, para que cuando dibuje
obtenga mayor libertad. No tuve una enseñanza académica, sí tuve una enseñanza
de vida, todos los detalles los dábamos vuelta en medio del sentir del hombre,
de la misión del hombre, temas profundos. Yo le tiraba mis interrogantes, y él
se prendía y terminaba haciendo maravillas. Comprendí por qué yo renegaba con
lo que dibujaba, lo comparaba, y pensaba que no servía para nada. Cachete me
decía que no, que de alguna manera yo necesitaba dibujar y pintar, y que no
importaba lo que hiciera por otro lado para ganarme la vida: ‘Importa sí, esto
que hacés. Si a vos te parece, dejá todo a un lado, como si este mundo fuera
por un costado, pero en realidad va por el centro, y dale la importancia cuando
vos te sientas bien para dársela’. Tenía razón, después uno va buscando una
manera, no metódica, una hora, un momento, hasta que termina haciendo,
trabajando, y esto también implicó un aprendizaje. Cachete me dijo que el hecho
de intentar pintar, dibujar, desarrollar la actividad plástica, no es sólo
meterse en ese mundo, uno debe estar compenetrado con todo lo que va pasando en
la cultura, y aprender quiénes son los mejores escritores, los músicos, para
que el desarrollo sea general. (…)”.
Necesario es a esta altura del anuncio, establecer algunas pistas alrededor
de la vida y obra de Cachete. Elijo citar un fragmento del libro que preparo
sobre el artista. Su título: “Y la nave va (Una memoria de Roberto ‘Cachete’
González)”: “(…) Me enteré de otras circunstancias de la vida de Roberto ‘Cachete’
González a través del capítulo escrito por Patricia Míguez Iñarra en el libro ‘Formas
y colores de Gualeguay’ (Ediciones del Clé-2004) de Nidya Rampoldi, Patricia
Míguez Iñarra y Daniel A. Gabriel. Nació el 9 de febrero de 1928 en Gualeguay.
Su madre fue Martina González, su padre lo abandonó antes de nacer. Vivió una
infancia pobre, el padrastro lo sacó de la escuela para trabajar. Fue
repartidor de leche, lustrabotas, vendedor ambulante de golosinas. En la
adolescencia brilló como arquero en el club Estudiantes de Gualeguay; el Racing
Club se interesó por el muchacho. Pero Cacho (Cachete es su derivación) ya
tenía una persona a quien escuchar. Al entrar al Hogar Escuela San Juan Bosco
conoció al maestro Roberto Epele. Él fue quien había alentado sus cualidades
artísticas, y fue él quien lo puso frente a la disyuntiva: ¿la pintura o el
fútbol?, el pibe eligió el arte y se quedó en su ciudad. En 1950 viajó a Buenos
Aires. Al principio no la pasó nada bien, hasta durmió en la calle. Obtuvo
luego una beca de la provincia de Entre Ríos para asistir al taller de Juan
Carlos Castagnino. Después estudió con Emilio Pettoruti, el maestro no le
cobraba, pesaba el afecto por el alumno. Más tarde estudió composición con la
escultora Cecilia Marcovich. En la Facultad de Filosofía y Letras asistió a
clases de Historia del Arte a cargo de Julio Payró. En 1955 expuso por primera
vez en su ciudad, en la librería de Ernesto Hartkopf, un hombre de la cultura
que convocaba alrededor de su librería a hombres de distintas disciplinas del
arte. En 1957 obtiene la máxima distinción en el Salón Mar del Plata. En 1960
es becado por concurso por el gobierno de Entre Ríos para hacer un viaje a
Europa. En 1963 fue invitado a la muestra ‘Juventud del mundo’, llevada a cabo
en el Museo de Arte Moderno de París. En 1967 fue distinguido con el gran
premio de honor en el salón María Calderón de la Barca. Obtuvo el gran premio
Fondo Nacional de las Artes en 1971. Ilustró una publicación titulada ‘El mate’
(junto a pintores como Policastro, Castagnino, Berni), ‘El barón rampante’ de
Italo Calvino, ‘Hombre al margen’ de Marco Denevi, el ‘Martín Fierro’ de José
Hernández, ‘Tucumán al paso’ de Enrique Wernicke, ‘Sinfonía de la llanura’ de
Hamlet Lima Quintana, ‘La sonrisa de Hiroshima’ de Eugen Jebeleanu (junto a Laxeiro,
Soldi, Carlos Alonso). En 1993 organizó en Gualeguay la muestra Pintura
Argentina. En 1996 fue designado padrino del IV Congreso de Artistas Plásticos
de Entre Ríos, llevado a cabo en el Club Social de Gualeguay.
(…) Murió el 26 de enero de 1998 en Buenos Aires, enamorado de Lidya
Tchira, retratista ella, con quien tuvo cuatro hijos. Tuvo amigos muy
especiales, entre ellos: Juan L. Ortiz y Carlos Mastronardi, y también tuvo amistad
con Cuchi Leguizamón, Mercedes Sosa, Osvaldo Pugliese, Carlos Alonso, Ernesto
Sábato, Julio Payró, Hamlet Lima Quintana, Horacio Guaraní, Rómulo Macció,
Armando Tejada Gómez, Luis Felipe Noé.
En octubre de 2012 hubo una muestra de sus pinturas en Hoy en el Arte.
(…)”.
El Museo Quirós recibió obra de varias personas en préstamo. Los
habitantes de la ciudad/río que colaboran con el Quirós son: Zélika Alarcón, Selva
Maddonni, Federico Ántola, Julio Lescá, Raúl Lescá, Familia Argot-Ronconi, Familia
Daneri-Gastaldi, Zulema Moran; y obras pertenecientes al Patrimonio de la Municipalidad.
Escribí en otro texto que Cachete nunca se olvidó de su origen: de
clase, porque el pintor viene desde la nada, tan llena de riesgos, y de su
lugar geográfico/afectivo: Gualeguay. No se olvidó nunca de que en el Hogar San
Juan Bosco de Gualeguay había, hay, pibes pobres. Nunca olvidó a los amigos.
Sembró su andar con cantidad de historias. Por eso la gente de sus lugares en
el mundo: Gualeguay y Buenos Aires, nunca lo olvidaron. Esta muestra/homenaje,
la manera de hacerla posible, convocada y realizada por su gente, cuenta de un
abrazo de afecto y memoria.
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