domingo, 20 de noviembre de 2016

Diálogo en la escuela

En una escuela secundaria de Gualeguay, un grupito de alumnos juega a decir ciertas cosas para que lleguen a oídos de la profesora. Lo logran. Afirman que quieren hacer el servicio militar obligatorio para no estudiar ni trabajar. Imagino las risas. La docente explica entonces que el servicio militar obligatorio está pensado para esos jóvenes que no trabajan, y que no hacen nada con sus vidas. Le parece una medida acertada. Aclara que, debido a los costos, difícilmente se implemente.
Hay una señal en la escena: el tema servicio militar está nuevamente de ronda. Hace pocos días me enteré de una falsa encuesta sobre su conveniencia. Se instala, se olvida, vuelve al juego y vuelta a esfumarse, pero me digo, quizás algún trasnochado con poder levante la bandera por conveniencia, y regrese a escena uno de los horrores del pasado. Hay que tener en cuenta las conveniencias atadas al mundo político-electoral. Por una de ellas, por suerte y gracias a la necesidad medida, el miserable de Anillaco terminó con el servicio (firmó un decreto) tras el asesinato del soldado Omar Carrasco en 1994, en una unidad militar de Zapala, Neuquén.
El ciudadano Carrasco fue a cumplir con una ley, y regresó a casa muerto por el maltrato recibido, algo muy común en el cuartel. Mi interior se intranquiliza cuando me entero de alguna referencia a lo sano y positivo que sería la vuelta a la “colimba”.

Fui soldado, me dieron la baja al servicio 20 días antes de la guerra de Malvinas. 13 meses en la Escuela de Caballería de Campo de Mayo. No me la contaron. Soy de la época en que se decía: En la colimba se hacen hombres. Digo que no me hice hombre, y muy al contrario, aprendí a hacer aquello que nunca había hecho, y que gracias al hombre que era desde la casa paterna, no volví a hacer: robé a un compañero (que el casquete le falte al otro, que el otro nunca importe: una de las enseñanzas); mis padres debieron escuchar sobre mis ganas de matar a suboficiales y oficiales, y Berón de Astrada, el primero; aprendí a ser un egoísta, a vivir con mucha bronca, odio, por el trato humillante que soporté. Fue duro. Aguanté. Pero recuerdo a un ciudadano, el nombre me lo guardo, que no aguantó, y que en la primera guardia, cargó el fusil y se pegó un tiro. No murió, quedó rengo para toda la vida. No aguantaba el maltrato, dijeron los más cercanos en el escuadrón. La colimba no ayuda a nadie, genera odio. Si tanto preocupan los jóvenes “descarriados”, habría que pensar en qué es lo que la sociedad les ofrece como motivación de vida. La primera juventud es conflictiva; de fácil, nada, y menos en este mundo salvaje en que la mayoría de las veces se acciona únicamente por conveniencia. Imagino la llave a muchos problemas en manos de los docentes. La escuela como paisaje fundamental. Los maestros, informados y comprometidos con su rol decisivo en la sociedad, atentos a los muchos relatos donde crecen los ciudadanos de mañana. Ellos y la sociedad toda: ojalá se pueda hacer la diferencia y alumbramiento.

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