En una escuela secundaria de Gualeguay, un grupito de alumnos juega a
decir ciertas cosas para que lleguen a oídos de la profesora. Lo logran. Afirman
que quieren hacer el servicio militar obligatorio para no estudiar ni trabajar.
Imagino las risas. La docente explica entonces que el servicio militar
obligatorio está pensado para esos jóvenes que no trabajan, y que no hacen nada
con sus vidas. Le parece una medida acertada. Aclara que, debido a los costos,
difícilmente se implemente.
Hay una señal en la escena: el tema servicio militar está nuevamente de
ronda. Hace pocos días me enteré de una falsa encuesta sobre su conveniencia.
Se instala, se olvida, vuelve al juego y vuelta a esfumarse, pero me digo,
quizás algún trasnochado con poder levante la bandera por conveniencia, y regrese
a escena uno de los horrores del pasado. Hay que tener en cuenta las
conveniencias atadas al mundo político-electoral. Por una de ellas, por suerte
y gracias a la necesidad medida, el miserable de Anillaco terminó con el
servicio (firmó un decreto) tras el asesinato del soldado Omar Carrasco en 1994,
en una unidad militar de Zapala, Neuquén.
El ciudadano Carrasco fue a cumplir con una ley, y regresó a casa muerto
por el maltrato recibido, algo muy común en el cuartel. Mi interior se
intranquiliza cuando me entero de alguna referencia a lo sano y positivo que
sería la vuelta a la “colimba”.
Fui soldado, me dieron la baja al servicio 20 días antes de la guerra de
Malvinas. 13 meses en la Escuela de Caballería de Campo de Mayo. No me la
contaron. Soy de la época en que se decía: En la colimba se hacen hombres. Digo
que no me hice hombre, y muy al contrario, aprendí a hacer aquello que nunca
había hecho, y que gracias al hombre que era desde la casa paterna, no volví a
hacer: robé a un compañero (que el casquete le falte al otro, que el otro nunca
importe: una de las enseñanzas); mis padres debieron escuchar sobre mis ganas
de matar a suboficiales y oficiales, y Berón de Astrada, el primero; aprendí a
ser un egoísta, a vivir con mucha bronca, odio, por el trato humillante que
soporté. Fue duro. Aguanté. Pero recuerdo a un ciudadano, el nombre me lo
guardo, que no aguantó, y que en la primera guardia, cargó el fusil y se pegó
un tiro. No murió, quedó rengo para toda la vida. No aguantaba el maltrato,
dijeron los más cercanos en el escuadrón. La colimba no ayuda a nadie, genera
odio. Si tanto preocupan los jóvenes “descarriados”, habría que pensar en qué
es lo que la sociedad les ofrece como motivación de vida. La primera juventud
es conflictiva; de fácil, nada, y menos en este mundo salvaje en que la mayoría
de las veces se acciona únicamente por conveniencia. Imagino la llave a muchos
problemas en manos de los docentes. La escuela como paisaje fundamental. Los
maestros, informados y comprometidos con su rol decisivo en la sociedad,
atentos a los muchos relatos donde crecen los ciudadanos de mañana. Ellos y la
sociedad toda: ojalá se pueda hacer la diferencia y alumbramiento.
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