Hace tiempo que tenía pendiente una charla con Rolando Menescardi,
actual presidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) de
Gualeguay. Hablar con Rolando es abrir la puerta a un mundo interesante, a una
vida transitada a conciencia. En su relato hay memoria, compromiso,
pensamiento, así se construye ese mundo interesante que menciono, un mundo repartido
en distintos paisajes. Todo llega, me dije, mientras escuchaba la palabra de
Rolando.
La voz de Rolando se hace notar en cualquier ámbito: clara, una dicción
perfecta, palabra con énfasis, porque siempre la asiste el pensamiento, y con
el volumen necesario para pedir permiso entre los escuchas. Como si hablara
desde una radio amiga, como si el artilugio transmisor se encontrara en la
altura de la primera horqueta de un árbol de cepa gualeya, y que el fenómeno en
el éter sucediera a media mañana, durante una mezcla perfecta de otoño y
primavera.
En efecto, la voz de Rolando Menescardi no es cualquier voz, y tiene que
ver con la historia de Gualeguay. Fue muchacho y trabajó en la Difusora
Popular, y era muchacho cuando también realizó su experiencia en Radio
Gualeguay, me cuenta: “La Difusora Popular, sus últimos años, fue una escuela
de perfeccionamiento para locutores que luego trabajarían en Radio Gualeguay. Yo
fui empleado y practicante de la Difusora. Recuerdo que se pasaba mucha música
folclórica, también jazz. Entré en 1969, la radio apareció en el 73. Durante el
último año y pico ya enfocamos hacia la radio. La Difusora había arrancado en
1939, constaba de una vivienda y una consola de transmisión: una magia que se
hacía con un cableado por las cornisas de las casas. Cada dos o tres cuadras
había una bocina o parlante conectada para poder difundir la programación. El
horario era de 10 a 12 y de 18 a 20.30, así funcionaba de lunes a domingo. Una
vez que aprendí locución, que le perdí miedo al micrófono, trabajé de mañana,
por la tarde había otro locutor porque yo estaba haciendo la secundaria. Estuve
unos 4 años y medio. La radio salió al aire en el 73. La Difusora siguió unos
dos meses más y cerró, porque la gente hacía publicidad en la radio”.
El aroma a felicidad será una presencia durante la mañana en que Rolando
viaja al pasado: “Fue una etapa muy linda, éramos muchos, unas 30 personas
capacitándonos. Recién a mediados de julio del 73, se pensaba que en enero,
empezó la radio de forma experimental, y oficialmente el 1 de septiembre del
73. Qué ansiedad, salió con muchísima publicidad. La radio tuvo un apoyo enorme
del comercio, la industria, de toda la vida económica; y una programación muy
buena. Claro que lo teníamos al periodista Mario Alarcón Muñiz, de sólida
formación y de una cultura destacable. Fue un gran profesor. Estaba Luis
Garibotti, que también nos daba charlas, y que también había sido de la
Difusora. Pero él cursó la carrera oficial de locutor en el ISER”.
Recuerdos, y el porqué de un final para la carrera de locución: “En la
radio estuve por la tarde, anunciaba los programas. Me acuerdo del programa que
estuvo corto tiempo: “Miguitas sobre el mantel” de Derlis Maddonni y Carlos
Alberto Montella, “Discoteca 38”, que la gente pedía los temas por nota, duraba
como dos horas; había un radioteatro que venía envasado de Buenos Aires, y música
del Litoral. Era muy buena la programación. Con los años pasé al turno mañana
como locutor de noticieros, que también me gustó, y fue lo último que hice
porque después me atrajo la docencia fuertemente. Contando Difusora y Radio
fueron unos 9 años”.
Así se fundó, fue el inicio de Rolando docente. Las elecciones del maestro,
su formación: “En el 78 me fui de maestro un año al Delta entrerriano. Mi primera
experiencia como docente en una escuelita rancho. No son gratos esos recuerdos,
era vivir de manera muy primitiva, pero me lo banqué, un lugar con mucho éxodo;
familias que se iban a la provincia de Buenos Aires, y la escuela se quedaba
sin alumnos; la querían cerrar y yo no quería; entonces renuncié y me fui a Río
Negro. Quise conocer la Patagonia, había ex compañeros de Radio Gualeguay
trabajando allá, me informaron que tenía la posibilidad de ejercer en dos
cargos, había mucha demanda de maestros, y también de locutor en la radio, ya
que había varias y entonces se abrían posibilidades de trabajo”.
Pregunto a Rolando por su relación con la lectura, y quizás en esta
respuesta se encuentre el inicio de su rol de maestro: “Mi relación con la
lectura viene desde joven, yo era socio de la biblioteca, porque posibilidades
de comprarme libros no tuve nunca mientras fui joven. Empecé con
recomendaciones, con cosas que me motivaban la curiosidad, y que tenían que ver
con el momento histórico del 60/70. No vengo de una casa con padres lectores,
para nada, eran gente de campo con una primaria incompleta. La escuela primaria
me encantó, había cantidad de libros de cuentos, una biblioteca entera, y era
una escuela chiquita, seríamos 30 alumnos y dos maestras, una atendía 1°, 2° y
3° grado, y la otra 4°,5°, 6° y 7°, así terminé la primaria. Fue buena, porque
el tema de la lectura me gustó, dominaba las operaciones básicas de matemática,
seguro tendría fallas en geometría o ciencias naturales, pero fue buena. Cuando
era chico me desvivía por leer un libro. Vine a la ciudad a estudiar y a leer
en la biblioteca; si no entendía, en la ciudad preguntaba, en el campo no te
pasaba eso, salvo que estuvieran las maestras”.
Entre mate y mate, Rolando se asoma aún más a su pasado: “Tuve una linda
historia, una linda vida, yo estoy conforme. Es verdad, me tocó mucho
sacrificio, pero pude hacerlo. El problema es cuando la gente queda a mitad de
camino, cuando quedan al margen de la posibilidad de progreso. Porque el camino
del progreso es el camino al conocimiento, sin lugar a dudas. En los concursos
siempre elegí escuelas rurales o de periferia de las ciudades porque es ahí
donde uno tiene que poner toda su convicción para lograr que los chicos, al
menos, terminen un primario, que estamos de acuerdo, ya no alcanza desde hace
varios años. Mi último puesto fue supervisor, el cargo más alto del escalafón
docente; tuve esa convicción, y sigo teniéndola, por más que uno ya esté
jubilado”.
En números, nombres y fechas Rolando Menescardi se define de esta
manera: “Nací en 1951 en Galarza, vivíamos en el campo, 3° distrito, a 15 km.
de Galarza y a 40 de Gualeguay. Hice la primaria en la escuela n° 19 José
Manuel Estrada, en el campo. La familia vino a la ciudad a fines del 67.
Estudié en la entonces Escuela Nacional de Comercio Celestino Marcó, de noche.
Después hice el magisterio, el profesorado para escuela primaria en la Escuela
Normal. Simultáneamente aprendí en forma empírica la profesión de locutor. En
1979 dejo Gualeguay, voy a Cipoletti, como maestro de escuelas primarias
públicas. Regresé en el 86. Y seguí en la docencia en escuelas rurales, estuve
unos 15 años; después me vengo a la ciudad y estoy 3 años como director de una
escuela; luego 5 de supervisor hasta jubilarme”.
Hay en el relato de vida de Rolando Menescardi la presencia de una
besana decisiva. Corría 1969. Rolando tenía 18 años cuando en la parroquia San
Antonio conoció a Juana Armelín, que todavía figura en la lista de
desaparecidos por la última dictadura cívico-militar. Ella venía de dejar sus
estudios de Matemática en La Plata. La razón: no soportó seguir estudiando
mientras otros compañeros debían abandonar la carrera porque tenían que ir a
trabajar. Rolando habitaba feliz la ciudad, no solo trabajaba, había empezado a
estudiar el primer año del secundario, de noche. Juana Armelín habló de
injusticia social. Cuenta Rolando: “Ella decía: No. Se ofreció a ayudarme en
matemáticas, y ni soñar de cobrar. Había jóvenes así en aquella época, no se
bancaban el sistema. Yo era 3 años más chico que ella; para mí era natural, y
para ella terrible; me decía que yo tenía que estar egresando, no empezando el
secundario. En mi casa no se podía pensar en estudiar, no es que no quisieron,
no podían, solo una hermana mayor, a la que pudieron becar, pudo estudiar; y yo
lo viví naturalmente, es cuando vos aceptás el sistema tal cual es. No sos lo
demasiado inteligente o crítico, ella sí tenía las herramientas. Y ella, al
tener esa postura, me movilizó interiormente. Mi cabeza ya funcionó distinto,
no con la obediencia y aceptación del sistema. Y tuvimos poco contacto, fue un
corto tiempo; no desarrollamos una amistad, pero me hizo disparar cosas que yo
no tenía en la cabeza”.
La aparición de Juana Armelín en la vida de Rolando Menescardi fue
fundamental en su desarrollo como persona que piensa, que vive a consciencia, y
como persona que se reconoce en el lugar que ocupa en el mapa social; dice
Rolando que es, antes que maestro, un asalariado, y que como tal sabe muy bien
dónde se levanta su vereda.
Rolando Menescardi es el hombre que se formó desde la mirada del
muchacho que fue, sobre el mundo que se fue abriendo desde su llegada del
campo. El hombre después fue maestro y eligió ciertas escuelas; y un día fue
presidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Gualeguay, que
no deja la memoria para mañana, la practica hoy, y por eso sigue preguntando
dónde está Juana Armelín.
Le pregunto a Rolando qué significó estar en la APDH: “¿Qué significó?, sentirme
bien encuadrado en un compromiso con el que me identifico plenamente. Esto soy
yo”.
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