domingo, 16 de noviembre de 2014

Poesía y felicidad

Desde el mes pasado guardo feliz un texto en mi memoria.
Y desde esos días pienso en la nota a entregar en un nuevo aniversario de El Debate Pregón. Decidí unir, una vez más, placer y trabajo. Si miro mi relación laboral con el diario, aparece en primerísimo lugar la felicidad nacida en la oportunidad de encontrarme con ciertos habitantes de Gualeguay, y en esta ceremonia de encuentro no hago diferencia entre vivos y muertos: valoro la mirada y la palabra sincera en una entrevista, y sé de disfrutar del susurro de los buenos fantasmas que hablan de una historia notable. Entre estas almas, gualeyas e inquietas, fui construyendo este año y medio donde di mi presente entre las voces de la ciudad.
De estos últimos días es la noticia: el posible nombramiento de Gualeguay como capital de la cultura de Entre Ríos. Los títulos nobiliarios ayudan a la difusión en estos tiempos veloces, y sean bienvenidos. Pero es sabido que la construcción de una memoria se hace a diario, desde la gente, y su quehacer en los barrios. Y es en esta cuestión de difundir, de trabajar la materia cultura en el cotidiano, donde me digo que faltan algunas vueltas de tuerca para apuntalar ese posible laurel provinciano. Gualeguay y su historia destacada, una ciudad y un río: la cuna para tanto creador, y la obligación hoy de dar a conocer el legado. Y a su vez, la obligación, de dar a conocer a los hacedores del presente, a aquellos que piensan, que descubren las otras sintonías del paisaje y las criaturas, que las siguen descubriendo, porque ahí se mantienen a través de los años: en la vida de todos los días. Sólo las almas sensibles las pueden ver, para luego hacerlas visibles para los demás: de esto trata el trabajo del artista.
En las cercanías del día de la madre encontré en las redes sociales estas líneas al pie de una foto: “Madre amaba esta flor. Planta de magnolia siempre floreciendo en diciembre en Finisterre. Ayer me invadió ese perfume y sentí que ella andaba en la sonrisa del aire. Sincronías...”. Al día siguiente encontré un nuevo texto: “Como una arriesgada teoría, como si el amor o el aura de los seres entrañables permaneciera, ¿o retornara?, en lo que dejó en otros reinos de este mundo... Esa es la chispa, el comienzo de la idea, protoidea, diría Marechal, a ver cómo desarrollo ahora...
No estamos solos en el planeta azul, por más que ejerzamos desde tiempos inmemoriales un dominio sobre los otros seres vivos, conocidos, que nos acompañan en este cíclico tránsito de giros y más giros, sobre el eje del planetita, y el planetita girando alrededor del sol; no claro, no estamos solos tampoco en el cosmos.
No sabemos por qué, nos inclinamos a veces, y generalmente acentuada por los años, a una preferencia por plantas o animales que pasan a formar parte del domus, y viven en toda su entidad, casi como pares, como si condescendiéramos al fin, a admitir, que ellos también forman parte importante de la vida, del fugaz tránsito humano sobre la tierra.
He optado por saber que repito historias de estas relaciones, historias familiares, tanto que hay rosales que llevan nombres de mis hermanas muertas, porque a cada una de ellas las embelesaba tal o cual variedad, y en mi jardín son ‘ellas’ las que abren, saludan, celebran, el renacer en cada primavera. Lo mismo ocurre con algunos helechos, jazmines, y la magnolia, claro, árbol del patio de la casa de mi infancia, debajo del cual se tendía la mesa, la larga mesa navideña, y cuyo perfume nos envolvía entre risas y charlas y canciones de esa gran familia pobre y luminosa que me trajo a este mundo.
Por ello, en mi chacra, cuando comencé el desmonte y empecé el jardín y el parquecito alrededor de lo que sería la casa, mis hijas pequeñas, creo que a instancias mías, me regalaron una joven planta de magnolia para el día del padre, la que ahora, en octubre, el domingo que se celebra el día de la madre, abrió su primera flor, temprana, para mi sorpresa y encanto, para justificar la sincronía, la edípica sincronía que sonríe por el aire del campo, y me acompaña...”.
El texto quedó en mi memoria porque es una composición hecha a mano alzada, un garabato del alma parido como si fuera una miniatura de Cachete González o de Maddonni. Es un texto que rompe con toda la parafernalia edulcorada que despliega en esta fecha los brazos gastados del lugar común. Posee una clara sintonía poética, en su escritura, y en la mirada del espíritu que funda la escritura.
Pensaba en que sería merecido que Gualeguay recibiera el título susodicho, porque además de aquella historia destacada hecha por Quirós, Juanele, Chacho Manauta, la Barrandéguy, Cachete, Derlis, Castro, y tantos otros que hicieron ese ayer que siempre hay que tener a la mano: es memoria e identidad, es este paisaje el lugar donde hacen la vida otros artistas. Y me digo que este paisaje le debe llegar al alma a unos cuantos, y entre ellos, a uno, al autor del texto citado: Daniel González Rebolledo.
Daniel González Rebolledo (foto Catalina Boccardo).
Es para dar gracias que personas, artistas como él, permanezcan en órbita alrededor de Gualeguay, en sintonía, buscándolas para luego regalarlas a la mirada del otro. Su texto ilumina, emociona, maravilla. Anoté en algún lado que la felicidad es un arte efímero, y por eso mismo hay que estar atento a sus manifestaciones: me pasó cuando leí la poética jugada de Daniel, fui feliz por un momento, y soy feliz cada vez que lo recuerdo, como ahora, que elijo incluirlo en esta hoja para dar felicidad en un aniversario.

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